29 de diciembre de 2010

Instante

Hace poco un lector anónimo, en principio científico experto, que leyera uno de mis escritos pretendidamente serios, muy molesto me decía que yo no sabía nada del Tiempo. Su reacción me sorprendió, no porque fuera un desatino, sino porque dio en el blanco: en efecto, yo no sé nada del Tiempo. Vivo en él o él vive en mí, pero vivir y saber son cosas diferentes. También me desconcertó que me creyera capaz de semejante vanidad, digo, la de creer que sé algo del Tiempo y, peor aún, que me atreviera a gritarlo a los cuatro vientos (aunque las revistas científicas son más bien una brisa ligera atrapada en un sótano). Acaso mi manera de decir las cosas le pilló desprevenido y creyó ver una aspiración ambiciosa y desmedida allí donde sólo había una modestia escasamente ilustrada. Incluso, no vio que lo poco que yo decía sobre el Tiempo lo hacía a través de las palabras de otra persona que, al menos para mí, sí que tenía bien sabido no qué cosa es el Tiempo, sino cómo imaginar los asuntos temporales. Me refiero a Gaston Bachelard. Lo cierto es que en el escrito de marras yo confesaba que para comprender ciertos aspectos de la vida conviene más un tiempo muy breve que un tiempo dilatado. Eso, repito, disgustó a mi evaluador, recomendándome como quien corta el aire violentamente con su látigo que asumiera de una vez por todas que el Tiempo, el único que existe, es el segundo. El primero no es más que una argucia retórica para sostener mis perogrulladas. La verdad, me entristeció su reacción, no porque refutara mis argumentos o porque descalificara lo poco que sé de nada, sino porque pensé que ha de ser difícil vivir pensando que existe una sola cosa y solamente esa y que si se quiere hablar de otra se debe demostrar que se posee un conocimiento pormenorizado de esa alternativa. Una persona así creo que no es capaz de comprender lo que le sucede a tanta gente a las 12 de la noche del 31 de diciembre. Afortunadamente, los seguidores de este blog son más plurales y aunque saben que el tiempo pasa, también saben que el tiempo, a veces, se detiene y nos da la oportunidad de formular en menos de un segundo una docena de deseos  De mi parte espero que disfruten ese instante y que el resto vaya de maravilla.

24 de diciembre de 2010

Cerebro

Muchos años llevo ya estudiando la psicología, acaso sin éxito, y en tanto tiempo y lecturas no me enteré del extraño caso de la cabeza de Bouso, muy bien reportado por Cunqueiro en un librillo jocoso y veraz, para los que gustan de reír e imaginar, llamado con tino «La otra gente». Hallábase este señor Bouso degustando un pulpo cuando un vecino de mesa pero no de país se lo vino a criticar. Disgustado, Bouso quiso irse a las manos con el criticón, pero éste le ganó el cuello y le sacudió la cabeza con tal fuerza que le desvencijó los huesos. Bouso perdió la conciencia por quince minutos exactos, según cuenta Cunqueiro, y al cabo de ese tiempo volvió en sí, pero al mover la cabeza le sonaba como maraca. Así que con la ayuda de su mujer, fue a ver al médico para que volviera a pegarle los huesos sueltos. El médico, muy acertado, le practicó una operación sencilla, aunque delicada: le puso parches de cera caliente en la región occipital, de modo tal que el espíritu caliente de la cera pasara al interior. Agitó con precisión la cabeza de Bouso y con tiempo y paciencia los huesos se pegaron todos. Bueno, no todos; uno quedó suelto. Cosa que Bouso no notó inmediatamente, sino a los días. Puesto que le resultaba muy molesto sentir este huesillo rodar dentro de su cabeza, volvió al médico. Éste le dijo que se trataba de un hueso sobrante, y le dio unos polvos a Bouso para que estornudara fuerte y desde arriba. Así lo hizo y no tardó en salirle por la nariz el hueso aquel que parecía de ala de pollo. El médico, rectificando el diagnóstico, dijo que al no ser hueso de humano salía sobrando. Bouso mejoró, pero la cabeza le quedó pesada en la parte posterior, donde habían quedado muy bien pegados todos los huesos.

23 de diciembre de 2010

Bueno

No sé cuántas veces he dicho que la idea de un Dios que decide nacer y luego morir a sabiendas de que lo uno y lo otro, en su caso, no es posible, siempre me ha resultado atractiva. De la primera decisión hablaré ahora; de la segunda, hablaré luego, en su momento, durante lo que se conoce como Semana Santa. Como bien se sabe, el único dato fidedigno sobre este acontecimiento fue dictado por su protagonista a cada uno de los cuatro autores que lo documentaron, así que su contenido es preciso y no falta nada, que es lo propio de los milagros. El dato tiene forma de libro cuádruple y lleva por nombre «La buena nueva». Lamentablemente, nadie o pocos la tomaron por tal y el desenlace es harto conocido. En el caso del nacimiento la cosa no fue tan grave como en el caso de la muerte. Hubo sí una tragedia colateral, la matanza de los inocentes, pero la posteridad ha conservado el lado festivo, es decir y repito, el nacimiento de un Dios. Anualmente, desde hace poco más de dos mil años, millones de personas alrededor del mundo lo celebran. Eso sí, con el paso del tiempo la celebración se ha ido secularizando y el Dios aquél se ha desdibujado. De él solamente queda una figurilla de arcilla con forma de niño recién nacido que, según sea el caso, forma parte de una escena arquetípica, también de arcilla y musgo, que representa el nacimiento tal como sucedió cuando y donde sucedió. Con el Dios borroso y casi ausente pero con la celebración en ristre, cada cual ha escogido un camino para hacer su fiesta. Algunos compran, otros regalan, otros tantos adornan, aquí y allá alguien se dedica a recordar y algún otro a renovar. Cada uno a su manera celebra algo y lo hace con un ánimo que exige la inclusión del Otro.  Por alguna razón, las fiestas de la buena nueva exigen cierta colectividad. La soledad no es bienvenida y si se da ha de ser por la fuerza de las circunstancias; nunca por la voluntad. A la fiesta también se suma una razón que también siempre me ha llamado la atención: la cuestión del tiempo. La gente celebra que al año acaba y que comienza otro y con éste también ha de comenzar un tiempo venturoso. La celebración, entonces, no es sólo cosa de estar con los demás, sino de re-configurar la esperanza. La gente formula buenos deseos. Si yo fuera Walt Whitman el mío sería el de todos: que pasen felices fiestas y que el próximo año sea bueno.

13 de diciembre de 2010

Enesco

La ignorancia es hiedra; nosotros, muro donde adventicia y sarmentosa prospera. Hace poco me encontré con un disco de dos desconocidos quienes a su vez interpretan las composiciones de otro desconocido más. Me refiero a Lucian Ban y a John Hébert, músicos franceses que decidieron re-imaginar parte de la obra del rumano George Enesco. Nacido en Liveni, en 1881, Enesco vivió unos largos 74 años hasta que la muerte le sobrevino mientras residía en París. Aunque pudo haber sido fácil que Enesco se dejara influenciar por sus brillantes contemporáneos —entre ellos Ravel—, prefirió seguir sus propias ideas (o a su corazón) y se dedicó a estudiar la música folklórica de Rumania, permitiendo así que los aires gitanos se pasearan por la música académica como Pedro por su casa. Puesto que mi ignorancia es la hiedra aquella, no tengo criterios para comparar ni para valorar el status estético de sus trabajos. Sí me atrevo a decir que Aria y Scherzino para Violin, Viola, Cello, Bajo y Piano, compuesta en 1909, es una verdadera belleza.

2 de diciembre de 2010

Potter

Un día después de su estreno vi «Harry Potter y las reliquias de la muerte». Confieso que no soy potteriano, es decir, no me sé de memoria los nombres y biografías de los personajes ni tampoco tengo a mi disposición mnémica el catálogo de objetos y lugares que conforman el mundo magistralmente creado por J.K. Rowling (aunque sospecho que la autora en algún momento tuvo contacto con «Kiki’s Delivery Service» de Miyazaki [1989] o, antes, con la novela homónima escrita por la también japonesa Eiko Kadono y publicada en 1985, es decir, 12 años antes de la publicación de «Harry Potter and the philosopher stone»). No obstante, he leído las siete partes que componen la historia y de la cual «…las reliquias…» es ya la última. Imagino que no fue posible hacer un guión unitario y por eso el final está compuesto a su vez por dos partes. Esta composición convierte este comienzo del final en una preparación lenta y, al menos para mí, tediosa del trepidante desenlace que casi todos conocemos. Dicho de otra manera, en la parte uno de las reliquias no pasa nada visualmente memorable, a no ser la manera como se relata la fábula de los tres hermanos y la muerte. Del resto, solo nos queda esperar la puesta en imagen del final definitivo.

Biutiful

Hace un par de horas vi «Biutiful», el film más reciente del director mexicano Alejandro González Iñárritu, conocido por su ya clásica «Amores perros». No puedo decir que me gustó, pero tampoco puedo afirmar lo contrario. Es una obra que, según mi opinión, tiene sus partes bien puestas. El problema es que le faltó una que me conectara estéticamente con ella. La historia es exageradamente dramática y aunque le hace cierto guiño a los asuntos sobrenaturales, el drama tiene su fuerte en el tratamiento que le da a eso que muy rápidamente llamamos realidad. Es muy fácil calificarla de cruda y desde el principio me atrevería a decir que golpea al espectador. La cámara se acerca casi pornográficamente a la desnudez de los acontecimientos y llega un momento en que queda claro que las cosas siempre pueden empeorar. En ese sentido, «Biutiful» no se preocupa en absoluto por la esperanza. Todo lo contrario, en ella la vida se dirige más temprano que tarde hacia la muerte, y el camino está plagado de calamidades irremediables. En la vida hay más material para llorar que para reír, parece decirnos González Iñárritu. El protagonista,  encarnado convincentemente por el chato Javier Bardem, es una especie de Robin Hood lumpenizado, y valga el término, que no logra ni quitarle a los ricos ni darle a los pobres. Es un hombre más bien infeliz a quien todo le sale mal. Su vida transcurre en Barcelona, pero no la que los turistas desean conocer, sino la Barcelona marginal, sucia y oscura, donde los hombres y mujeres infames fraguan como pueden su cotidianidad. En términos propiamente fílmicos, la dirección de González Iñárritu es impecable, las actuaciones están muy bien logradas y el guión, aunque muy dado a los primeros planos y a la fotografía con aspiraciones góticas o con ganas de captar el lado escarapelado de la imagen, no deja de ser simbólicamente eficiente. Finalmente, la banda sonora es tan lóbrega como todo lo demás. En definitiva, es una película que hay que ver con el corazón bien puesto; yo, que lo tengo donde siento que debe estar, salí de la sala un poco abatido por tanto afecto triste. La belleza, cuando se escribe mal, se ve como Biutiful.

El dinero

He estado callado durante los últimas días, no porque no hubiera nada qué decir, sino porque todo lo que hay por decir es al mismo tiempo excesivo y desalentador. No sé si tiendo a ver las cosas desde una perspectiva asaz elemental, pero todo este rollo de la crisis, aunque tiene unas manifestaciones concretas en la vida cotidiana, tiene mucho de artificial o, mejor dicho, de realidad especiosa. A ver si me doy a entender. Los seres humanos en un determinado momento de su devenir histórico llegaron a esta conclusión: no basta con tener sed y que haya agua para saciarla. Entre una cosa y la otra debe existir algo que en sí mismo no tenga nada que ver ni con la sed ni con el agua, pero que valga por la una y por el otro. Así nació el dinero. Con el paso del tiempo, esta equivalencia, aparentemente práctica, comenzó a funcionar liberada de su idea y el valor se invirtió. Es decir, en lugar de comenzar por la sed y por el agua para luego llegar al dinero, se parte del dinero, eventualmente o nunca se pasa por la sed y por el agua, y se llega nuevamente al dinero mismo. En pocas palabras, hoy el asunto de la realidad comienza y acaba en ese valor que desvaloriza todos los valores. ¿A qué se debe esto? Pues a una de las cosas más tontas que ha hecho la humanidad. Me explico: el dinero, que no se produce como la sed o como el agua, esto es, de manera natural, lo producen los mismos humanos por medio de unas máquinas ad hoc, pero para que su valor tenga sentido producen poco o, en todo caso, producen una cantidad tal que no todos los humanos pueden tenerlo. Peor aún, esa cantidad limitada, generada ex profeso, se distribuye de manera exageradamente desigual entre los pocos que logran disfrutar de ella. Puede haber una persona dueña de una cantidad que haría un bien a miles de personas que a su vez, todas juntas, no tienen ni una centésima parte de lo que tiene aquélla. Como ya se sabe, a la primera la llaman «rica» y a las segundas «pobres». Este proceso se ha hecho tan complejo que el grueso de nuestras vidas está regido por los movimientos cuasi-autónomos y por lo general ignotos de esas cantidades limitadas de dinero distribuidas sin ningún tipo de equidad. Si pensamos por un momento en la figura de la bolsa de valores, se entiende fácilmente esto que digo. En ese lugar (en la bolsa) no pasa nada: simplemente los asistentes se enteran de que en otros lugares el dinero está determinando qué vale más y qué vale menos, donde ese «qué» suele referirse a más o a menos dinero. Curiosamente, aunque esa red financiera funciona desde sí y para sí y en unas escalas que pocos mortales alcanzan a manejar, puede hacer que mañana suba el kilo de tomate. Dicho esto, pienso que ya es momento de tomar otras decisiones e idear otro valores que estén más cerca del uso que del intercambio por el intercambio mismo.

21 de noviembre de 2010

Paternidad

La palabra latina ‘exclūsus’, que en castellano se traduce como ‘exclusivo’, i.e., «único, solo, excluyendo a cualquier otro», es el participio pasado del verbo latino ‘excludĕre’ que en castellano se dice ‘excluir’, i.e.,  «descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo.» La exclusividad es la cualidad del exclusivo, es decir, «cada uno de los caracteres, naturales o adquiridos», que lo distinguen. De una palabra a otra hay una raíz común que divide el universo según dos principios: adentro y afuera. Hay lo que está dentro del ser, y hay lo que está fuera de ese ser. Nótese que he dicho ‘ese’. El adentro y el afuera que la exclusividad marca tiene como punto de partida el ser exclusivo, no cualquier ser. Hay una entidad que me saca de su ámbito de existencia. Esa acción le convierte en exclusivo y a mí en excluido, es decir, en una especie de extra-ser. Por su acción devengo ‘un-fuera-de’, un alĭquod, un algo, i.e., aquello que «no se quiere o no se puede nombrar», un indeterminado, un poco, un no completamente o del todo, un hasta cierto punto, es decir, un padre.

20 de noviembre de 2010

Paradoja idiomática

Televisión Española en su canal HD, transmite un programa visualmente estupendo. Su nombre tiene resonancias caníbales, pero en realidad se mueve entre el turismo culinario y el nacionalismo light: «Un país para comérselo». Los anfitriones son los famosos hermanos Alcántara de «Cuéntame cómo pasó», Juan Echanove e Imanol Arias. Ambos, subidos a una camioneta, visitan localidades de España y en ellas se encuentran con personajes peculiares, no buscando el lado amarillista tipo «Callejeros», sino el lado poético de esa peculiaridad. Esos personajes, por lo general, cocinan algo o hablan de algún manjar típico del lugar. Otros cantan o hacen de cronistas momentáneos. No obstante, la gran protagonista es la imagen. Conscientes de las posibilidades de la alta definición, los productores ofrecen a la mirada un verdadero banquete de paisajes, colores y texturas. Hay también mucho afecto. Las entrevistas, casi siempre breves, suelen ser sensibles. No se busca vender a través de la publicitación del drama personal, sino del gesto puntual, auténtico, como recién salido del corazón. Solo un aspecto deploro: la música. Por alguna razón que no logro comprender, esos mismos productores que llegan a dibujar un perfil tan bonito de la España rural, seleccionan como fondo y, sobre todo, como transición entre una sección y otra, música anglosajona. Nos muestran gente española como ninguna, nos muestran un paisaje espectacular acompañado de textos poéticos leídos magistralmente por Juan o por Imanol y, de pronto, sueltan un tema de Queen. He notado, no sin cierto asombro, que este no es un rasgo exclusivo de este programa. Hay en el mundo televisivo español una cierta inclinación por la música cantada en inglés. En la publicidad, por ejemplo, predomina el uso de canciones gringas, clásicas o no, para crear un cierto clima de intensidad emocional. Confieso que me cuesta entender que una cultura que se resiste a proyectar películas en su idioma original, y que se dedica con cierto denuedo a defender y practicar su lengua, guste tanto de musicalizar su vida con temas cantados en inglés. ¿A qué se deberá esta paradoja idiomática?

18 de noviembre de 2010

Zura

El licenciado Joan Perucho, barceloní como el que más, insinuó en su «Monstruari Fantastic» que en algún rincón de Catalunya todavía existe Zura, animal de proporciones extraordinarias originario de las ciudades inexistentes. Según Swami Panchadasi, catedrático de etnología en la Universidad de Nueva Dehli, estas ciudades respondían al nombre de Khavishnanda y por sus calles vagaba Zura devorando cuanto saliera a su paso. Desgraciadamente, Panchadasi murió en su domicilio, mientras revisaba un mapa de la mentada localidad. Justo al posar la mirada sobre el Gran Templo de las Tinieblas, casa donde Zura «se adormilaba lentamente en el vacío de su inexistencia, en la noche profunda y deshabitada de su no ser», surgió del papel una sustancia blanda y blanquecina, se apoderó de su cuerpo y lo deglutió. Indudablemente, fue Zura. Ya en nuestros tiempos, afirma Perucho y reafirma Josep Maria Pascual i Serres, Zura vaga por Salvaterra o por Gandeolas, pero de su presencia no se habla. Eso sí, nadie duda de que Zura está aquí, a la espera de cualquier cosa.

16 de noviembre de 2010

Dios es «un casi»

Hubo un tiempo en que ejercí el gusto por el análisis del discurso. Puesto que era una tarea ardua y mi talento era más bien reducido, ese gusto cambió. No obstante, algunos rezagos de ese mal intento de vez en cuando se revelan mientras leo un texto. Hoy revisaba El País y me detuve en una entrevista que le hicieran al líder de Esquerra Republicana de Catalunya, el Sr. Joan Puigcercós, nacido en el año 1966 en Ripoll. La entrevista estaba centrada en unas declaraciones espetadas por Puigcercós con las que, aparentemente, ofendió a mucha gente. Una de las cosas que dijo, refiriéndose a los impuestos, fue esta: «en Andalucía no paga ni Dios». El entrevistador, citando su frase, le interpela y le dice que esa afirmación es falsa, a lo cual el líder izquierdista, negando falsedades, responde de esta manera: «Si yo hubiese dicho que no paga nadie, puedo entender que la gente se enfadase. Fue una frase coloquial en un mitin. Ya se sabe qué y qué no quieres decir con esto. Claro que hay gente que paga.» ¿Qué tenemos aquí? En primer lugar, Puigcercós ubica en planos de sentido diferentes estas dos condiciones de inexistencia: «ni Dios» y «nadie». La primera, aunque pudiera pensarse como el grado sumo de la inexistencia, según Puigcercós no lo es. Ese grado lo ocupa la segunda. Dicho de otra manera, Puigcercós disminuye el sentido de Dios (Dios es un casi) arguyendo que su nombre fue usado en una circunstancia informal y distendida, adjetivos que atribuye a las reuniones donde el electorado escucha las propuestas de los candidatos a cargos públicos. Es decir, según él, en un mitin se puede decir cualquier cosa, no es un escenario de discursos calculados, producidos con fines específicos, sino un lugar donde se dicen cosas equivalentes a las que se dirían en una verdulería. Curiosamente, a pesar de su denegación especiosa, Puigcercós deja una puerta abierta a la interpretación que deja mal parado su argumento. Dice: « Ya se sabe qué y qué no quieres decir con esto.» Esto significa que un lerdo como yo puede abrir el diccionario e interpretar sus palabras con una acepción de la palabra «mitin» que no deja de resultarme certera: «Provocar, hablando intempestivamente, situaciones difíciles en una reunión.» Creo que Puigcercós lo logró.

11 de noviembre de 2010

Cumpleaños

Con una destreza envidiable, Wonder Woman pilotea su jet invisible. La acompaña Batman, quien tímidamente le sugiere ser más prudente: “Cogiste la curva un poquito cerrada, ¿no?”, le dice; y ella, irónica, le responde “Siento haberte asustado.” Luego, ambos guardan silencio. El trecho final de la ruta implica que se sumerjan un rato en las gélidas aguas del Ártico y así lo hacen. Al salir de nuevo a la superficie, se encuentran dentro de una enorme caverna helada, llamada «Fortress of Solitude», es decir, la Fortaleza de la Soledad; nombre que resume perfectamente la condición existencial de su dueño, el Sr. Superman. La amazona y el murciélago le visitan por su cumpleaños. Ella trae consigo una pequeña caja envuelta en papel de regalo, y mientras van al encuentro del hombre de acero, inician este diálogo. Primero Batman:
-¿Que le has comprado?
-No te diré nada. Él lo escuchará y se supone que es una sorpresa.
-Pues también puede oír lo que acabas de decir.
-¿Y tú?
-No es la persona más fácil el mundo para comprarle un regalo de cumpleaños. [Saca un sobre].
-¡Bruce!
-Efectivo. ¿Qué le compras a un hombre que lo tiene todo?
Esta respuesta me ha intrigado y, al mismo tiempo, me ha parecido más que perspicaz.  Cuando Batman dice “todo” y sin embargo decide regalarle dinero, ha optado por darle lo que menos tiene aquel que nunca puede mostrarse tal cual es: Clark Kent. Batman, cuyo signo definitorio es la astucia deductiva, parece razonar de esta suerte: “el hombre que lo tiene todo tiene una parte donde no puede tenerlo todo. A esa parte puedo regalarle lo que sé que sirve para tener todo: dinero”. Lamentablemente, la realidad era otra. Batman y su acompañante, extrañados de que el agasajado no haya salido a su encuentro, siguen caminando y se topan con una imagen aterradora: Superman «poseído» por una planta incrustada en su pecho, permanece de pie en estado comatoso. ¿Por qué está así? Pues porque esa planta le da lo que ni él ni nadie tiene: la posibilidad de vivir en sueños lo que en vigilia experimenta como un imposible; un poco como el Espejo de Erised, muy apreciado por Harry Potter, que no muestra el rostro sino lo que el corazón desea ver. En el caso del hombre que aparentemente lo tiene todo, la planta le permitía soñar con una familia, una casa, un planeta con gente de su especie, en fin, un lugar donde su extrema soledad no tiene lugar. Pero sus amigos tuvieron que despertarlo. Confieso que este ha sido uno de los episodios más tristes de la Liga de la Justicia; sobre todo el momento en que Superman se despide del hijo que nunca tuvo, copiosas lágrimas bajan por su rostro mientras le dice «prometo que nunca te olvidaré». Igualmente triste es el final, cuando abre el regalo que le ha traído Wonder Woman: una flor llamada Kriptón.

7 de noviembre de 2010

El budista

Estaba Kenkō sin nada mejor qué hacer, tomó su pincel, lo hundió en la tinta y escribió más o menos esto: 
No podemos confiar en nada. El tonto deposita su confianza en las cosas, y esto, a veces, le conduce a la rabia y a la amargura. Si tienes poder, no confíes en él; los hombres poderosos son los primeros en caer. Puedes tener muchas posesiones, pero no debes depender de ellas porque en cualquier momento las puedes perder. Si has aprendido algo, no confíes en lo que sabes; incluso Confucio, en su tiempo, y aun sabiendo lo que sabía, fue despreciado. Puedes ser virtuoso, pero no debes confiar en tus virtudes; incluso Yen Hui, discípulo de Confucio, fue desventurado. No debes confiar en la amabilidad de los demás, porque ciertamente habrá de cambiar. No confíes en las promesas. Es raro que las personas sean sinceras. Si no confías ni en ti ni en los otros, te alegrarás cuando las cosas vayan bien, pero no tendrás resentimiento alguno cuando vayan mal. Si no tienes nada delante de ti, ni detrás de ti, estarás libre de constricciones. El cielo y la tierra no tienen límites. ¿Por qué el hombre tendría que ser diferente?
Tengo una que otra objeción.

Papada

Desde pequeño, mi mundo místico ha sido del tipo judeo-cristiano, luego conocí el marxismo y mi misticismo se amplió, pero no mucho. Así que, básicamente, ese misticismo, al que le he dedicado muy poco tiempo pero que parece funcionar en mí automáticamente, ha estado poblado por las acciones misteriosas de una entidad que es una y al mismo tiempo es tres; que creó al ser humano para que creyera en ella y a la vez lo hizo capaz de no creer en  ella, incluso éste puede considerar que le dio vida a aquélla; y, lo más difícil de creer y, sobre todo, de comprender, que permitió que esa criatura le diera muerte para demostrarle que era inmortal e infinitamente misericordiosa (es decir, que no murió y luego le perdonó). Como entidad intermedia o que se ha plantado en forma de escollo entre mi laicismo y mi relación con la trascendencia, ha estado la iglesia católica conformada por dos entidades: los templos y los curas. Los primeros siempre me parecieron un desperdicio arquitectónico, demasiado solemnes y demasiado fúnebres que procuro no visitar, a menos que sea por disposición turística. Los segundos siempre me parecieron unas entidades contra-natura, envanecidas por virtudes auto-atribuidas y, por eso, dignas de toda mi suspicacia. La figura máxima, dentro del grupo de los curas, como casi todos saben, es el papa; figura que cree ser el vicario de Cristo. Para los que no tengan claro el significado de la palabra «vicario», he aquí su definición: «Que tiene las veces, poder y facultades de otra persona o la sustituye.» Evidentemente, se trata de un rol especioso o, para no ofender, metafórico. Puede que el papa tenga las veces del Cristo discursivo y proselitista, pero si el papa-móvil llega a fallarle y sufre un atentado mortal dudo que al tercer día resucite. Si sus seguidores creyeran seriamente que el papa tiene el poder y las facultades de Cristo no se movilizaran para verle en un sitio específico, porque tendrían como cosa cierta que el papa es ubicuo y que se lo pueden encontrar en Las Ramblas mientras está oficiando una misa en el Vaticano y conversando en Tegucigalpa sobre el futuro de la iglesia en América Latina. Más aún si creyeran en el dogma topográfico del catolicismo, es decir, en el Cielo, combinado con el dogma de la inmortalidad del alma, la guardia suiza sería innecesaria. Pero, como no lo creen, allí donde va el papa lo protegen contra la muerte. Eso de «dejad que se acerquen a mí», no es cosa papal. Si el papa ha de estar en un lugar, hay una movilización enorme de dispositivos de seguridad máxima. Para él no es suficiente la protección que brinda Dios Todopoderoso, hace falta la policía y el aislamiento. Anoche, por ejemplo, quería llegar al Portal de l’Angel desde la Plaça de Sant Jaume por el Carrer del Bisbe. No se pudo. Intenté por Sant Honorat; tampoco. Tuve que dar un rodeo por Portaferrissa hasta Cucurulla porque mi desplazamiento, que suponía pasar cerca del lugar donde se alojaba el papa, era considerado una amenaza potencial. Entonces los Mossos d’Esquadra acordonaron el área. Paradojas de la vida, ser al mismo tiempo un sudaca pacifista y estudiante a quien sólo se le permite estar 12 meses en España y, al mismo tiempo, mientras compra unas medias invernales, ser sin querer un peligro para el bienestar del representante de un Dios.

31 de octubre de 2010

Otoño

Digamos que en un día típico de otoño, es decir, venteado y lluvioso, se nos ocurre escuchar “Lover undercover” cantado por la trémula voz de Melody Gardot. Digamos eso.

29 de octubre de 2010

La piel

Si mal no recuerdo, fue Peter Greenaway quien tuvo la idea de llevar al cine la historia de una joven japonesa, llamada Nagiko, que gustaba de escribir sobre la piel de las personas y, también, que escribieran sobre la de ella. Hoy escuché con dedicatoria, una canción compuesta por una persona de quien me separa un abismo insalvable. En esa canción, no sé si por influencia de Nagiko, se habla, precisamente, de la escritura dérmica. El protagonista, un hombre, es malo para los recuerdos y resuelve escribir sobre la piel de su amada para no olvidar, porque bien sabe que esa libreta nunca la perderá. Sin duda, es una canción bonita. Es curioso y diría que lamentable el modo cómo alguien puede disociar su potencial estético de sus valores políticos; escribir versos de enamorado y, al mismo tiempo, apoyar a un dictador. A mi simplicidad cognitiva le cuesta procesar esas divergencias.

27 de octubre de 2010

Estornudos

Esto de la felicidad, tal como la definen los españoles según el Instituto Coca-Cola de la Felicidad, tiene sus bemoles. Por ejemplo, el compositor de «Salud, dinero y amor», el argentino Rodolfo Sciammarella, también compuso  uno de los tangos menos felices del mundo: «Besos brujos», popularizado en su momento por Libertad Lamarque. Recupero algunos versos de esa composición, por modo de botón kitsch:
¿Que ha de ser tu vida al lado mío?
¡El infierno y el vacío!
Tu amor sin mi amor.
Sin duda, el destinatario de esas palabras estaba condenado a vivir bajo el triste influjo de los estornudos deseantes.

La felicidad

Estaba yo tomando un refresco, costumbre que ejerzo desde muy pequeño y que no dudo en calificar como adicción, y giraba distraídamente la lata ante mis ojos, cuando de pronto vi un logo circular que semejaba una cara sonriente. Acomodé el foco, y leí alrededor de esa cara el siguiente texto: «Instituto Coca-Cola de la Felicidad». Mitad sorprendido y mitad consternado, no pude sino compartir una sonrisa con el logo aquel y, como casi siempre, fui a la red a enterarme un poco más sobre este asunto, que confieso me parecía más un juego publicitario que otra cosa. Estaba equivocado. El Instituto Coca-Cola de la Felicidad no sólo es real, sino tal como hace la UNESCO o Human Rights Watch, produce informes bajo la asesoría no de gente feliz sino de expertos en felicidad, como, por ejemplo, el señor Eduardo Punset. En uno de esos informes, el Instituto llega a esta sorprendente conclusión: «Los españoles son, junto a los italianos, los más felices de Europa.» ¿Y qué es la felicidad para los españoles? Pues tener lo que uno desea cuando estornuda tres veces seguidas: salud, dinero y amor. Afortunadamente, llega el otoño y con él los catarros, tan pródigos en estornudos, y en invierno, ya se sabe, serán más. Acaso por eso, tal como dice el Instituto en el mismo informe, «más de la mitad de los encuestados ve de forma optimista el futuro y espera ser más feliz el año que viene.»

22 de octubre de 2010

Fe

Donald Keene, sesudo traductor de Kenkō, tuvo el tino de agregar al final de «Essays in idleness» un índice temático. Revisándolo, gandulería que confieso ha sido sugerida por el texto mismo, me topé con una entrada sumamente atractiva: «supernatural episodes» [episodios sobrenaturales]. Por supuesto, fui a la página indicada y leí un breve relato que traduje libremente y que ahora ofrezco a las personas que según su ritmo visitan este blog: 
«Hubo en Tsukushi un alguacil que por muchos años, cada mañana, había comido raíces asadas, convencido de que eran un remedio soberbio para cualquier tipo de dolencia. Cierta vez, aprovechando que la comisaría estaba desierta, las fuerzas enemigas atacaron sus predios y la rodearon. No obstante, de pronto, dos soldados salieron del edificio en tromba e hicieron frente a los sitiadores. Lucharon con tal ímpetu que obligaron a las tropas invasoras a marchar en retirada. El alguacil, visiblemente sorprendido, se dirigió a los dos soldados de esta manera: ‘Caballeros, ambos han luchado gallardamente. Considerando que nunca antes los había visto por aquí, ¿puedo preguntarles quiénes son?’ ‘Somos las raíces que fielmente has comido cada mañana durante tantos años’, respondieron y, luego de pronunciar esas palabras, desaparecieron. Tan profunda era la fe de aquel hombre en las raíces que semejante milagro pudo ocurrir.»
Lástima que las cosas ya no sean como en el Japón del año 1300, porque si nada hubiera cambiado siempre me acompañaría la certidumbre de tener a mi lado, para defensa personal, a unos soldados de Corn Flakes. 

Engañar

Por razones que ahora no vienen al caso, hice una breve incursión a uno de mis libros favoritos: el Diccionario de la Lengua Española. Específicamente, fui en busca del verbo «engañar» y tres de sus nueve acepciones me resultaron dignas de publicación en este espacio. La primera: «Dar a la mentira apariencia de verdad.» La segunda: «Cerrar los ojos a la verdad, por ser más grato el error.» Y la tercera: «Hacer más apetitoso un alimento.» Dicho de otra manera, engañar es el mejor verbo si uno es un dictador o apoya al dictador o, por causas asociadas a esta segunda condición, tiene la despensa vacía o la cabeza desprovista de ideas.

17 de octubre de 2010

La carne de Brigitte

Chieh y Chou fueron dos legendarios emperadores de China, conocidos por su extrema crueldad. Chieh fue el último de la dinastía Hsia y Chou el último de la dinastía Shang. Estas fueron gentes que gobernaron aquel país cuando faltaban no menos de mil años para que naciera Nuestro Señor Jesucristo. Mucho tiempo después, entre 1330 y 1332 de nuestra era, un monje budista llamado Kenkō, muy aficionado al ocio y a la escritura, dijo esto a propósito del sufrimiento que ciertas personas infligen a los animales: «Un hombre que disfruta torturando a una criatura viviente es de la misma compañía que Chieh y Chou». En los años 60 del siglo XX, se popularizó en Francia una actriz no por sus virtudes histriónicas, sino por su capacidad para ocupar los deseos carnales de sus compatriotas y, también, los de muchas personas alrededor del mundo. Su nombre era y sigue siendo Brigitte Bardot y todavía hoy se la recuerda como el indiscutible símbolo sexy de aquella época. No obstante, cuando sus atributos corporales mermaron, Bardot se convirtió en una furibunda defensora de los animales. Su determinación es tal que recientemente escribió una carta al actual presidente galo, Nicolas Sarkozy, donde le acusa de ser de la misma compañía que los mentados emperadores chinos. Aunque lo más curioso y lo que ha motivado esta nota, es la amenaza que le formuló a Sarkozy: Si no detiene el sacrificio ritual de animales sin aturdimiento previo, costumbre propia de musulmanes y judíos, se lanzará como candidata a la presidencia de la república en las próximas elecciones. Ignoro si esta noticia ha puesto a temblar de miedo a Sarkozy, pero si yo fuera él le temería, no a los deseos que tenga el público francés de que la carne halal y kosher desaparezcan del mercado, sino a la fuerza que tiene la memoria hormonal de los electores. Así que habrá que cuidarse porque la Bardot amenaza otra vez con mortificar la carne, pero a su manera.

16 de octubre de 2010

Epitafio

En septiembre de 1980, falleció el pianista estadounidense Bill Evans. Fue sepultado en Louisiana y, no sé por qué, nadie tuvo la gentileza de escribir para él un epitafio. En la lápida sólo figura este texto: «William John Evans; August 16, 1929; September 15, 1980». Evans estuvo muriendo lentamente porque así lo decidió. Durante poco más de 20 años fue adicto a la heroína y luego a la cocaína, y hay quien afirma que fue el suicidio más largo de la historia. Una úlcera sangrante, cirrosis del hígado y neumonía bronquial, pusieron fin a sus días justo en la ciudad que nunca duerme, New York. Quien desconoce estos datos biográficos (¿o debería decir tanatográficos?) y sólo ha escuchado la música de Evans, creería que era un romántico, un hombre que se dedicó a producir para el oído lo que los impresionistas producían para la vista. Un hombre así, siempre entregado a crear belleza, diría uno, tendría por fuerza que ser feliz. Aparentemente, no fue el caso de Evans. Me gusta pensar que en el otro mundo se ha topado con Tu-Fu, poeta chino del año 700 que pasa por inventor del epitafio, han trabado amistad y durante los largos crepúsculos del Limbo intercambian ideas  sobre cómo llenar el vacío de aquella lápida.

15 de octubre de 2010

Tonto

La persona acostumbrada a decir tonterías está condenada a vivir corrigiendo sus palabras. Como ha quedado demostrado en este blog, tal es mi costumbre. Por eso, hoy debo retractarme nuevamente. Dije que el gobierno venezolano parecía sostener la anticuada idea del combate con fusiles y, por ello, adelanta acciones para armar a la sociedad civil. Acabo de leer una noticia que me obliga a decir lo contrario. Mientras esas acciones cuajan, el presidente de mi país ha viajado a Rusia para adquirir tanques de guerra. Sigo leyendo la noticia y me entero que desde 2005 ha comprado armas rusas por un monto de 4.400 millones de dólares, y ahora Venezuela es el principal cliente latinoamericano de la industria militar rusa. Chávez, según las agencias de prensa de aquel país, también está interesado en comprar submarinos diesel-eléctricos de la clase «Varshavianka» y baterías antiaéreas con misiles S-300. Mientras ese dinero se invierte en los objetos más inútiles y letales de este mundo, 114 mil 56 trabajadores universitarios de 23 universidades, 25 institutos y 4 colegios universitarios esperan en Venezuela que el gobierno acabe de una vez por todas de pagarles todo lo que les debe por hacer uno de los trabajos más útiles del mundo: educar a las personas. Esa deuda se pagaría con apenas el 7% de lo que hasta ahora se ha gastado en armamentos. Qué bonito sería que Venezuela fuera una potencia en educación, en alimentación y en tecnologías sostenibles, y no una nación deplorablemente histérica por adquirir justo aquello que impide la realización de esas metas. Acaso pensar así forme parte de ser un tonto, pero de esto no me retracto.

How toyetic can you get?

En la nota anterior, nombré de pasada a los mineros chilenos que han ocupado los titulares de la prensa global. Hoy me detendré un poco más, no sin antes advertir que para mí el hecho desnudo del rescate, así como el ánimo y la paciencia que demostraron los rescatados, me parecen elogiables. Dicho esto, va lo otro. Hace ya varios años, vi un episodio de Freakazoid donde el héroe, antes de estrenar su nuevo Freakmobile, se dirige a la audiencia, felicitando al personal que lo dibuja por lo duro que han trabajado para hacer del programa un evento ‘toyetic’, es decir, algo que podía producir una serie de juguetes para venderlos en masa y, en consecuencia, generar mucho dinero. Me resultó genial el giro reflexivo, algo cínico y algo irónico, acaso crítico, de aquel episodio, porque la revelación de la estrategia de mercadeo no provenía de alguien que hablara sobre el programa ni de la publicidad asociada al programa, sino del protagonista mismo del programa dentro del programa mismo. Pues bien, de una manera más elaborada y menos reflexiva por parte de los personajes principales, el acontecimiento de los mineros fue olfateado velozmente por los sabuesos del mercadeo y de la publicidad y, con la indolencia característica de estos sujetos, casi siempre anónimos, se dispusieron a sacar partido del enorme filón ‘toyético’ que emergía ante sus ojos y los del mundo. Ya vimos un primer paso: la presencia de marcas, de personajes públicos y de canales de radio y televisión. Ahora que los mineros han salido, no pasará mucho tiempo sin que veamos en las vitrinas libros contando su historia y en las pantallas películas y documentales dramatizando lo acontecido. Incluso, alguno habrá que ya está diseñando figuras de acción que se venderán en la misma sección donde se encuentran Batman y las Tortugas Ninja.

13 de octubre de 2010

La semilla


Mientras lo mineros más patrocinados del momento salen uno a uno de su sepultura regresando a este mundo loco, y gracias a San Zapping, me topé con una entrevista jocosa pero alarmante que le hicieran a un señor que hasta ese momento era completamente desconocido para mí. Su nombre es Josep Anglada, es presidente de una organización política llamada Plataforma por Cataluña y candidato a las próximas elecciones autonómicas catalanas a la presidencia de la Generalitat. Picado por la consternación que me produjeron sus declaraciones, que no menudearé ahora, visité la página web de la mentada Plataforma. Lo primero que se nota es el protagonismo de Anglada. Diría que es el noema del proyecto, la voz y el corazón del movimiento. El slogan del partido, es decir, de Anglada, es nada más y nada menos que este: «Por un mejor control de la inmigración». Aparentemente, el presidente y sus partidarios tienen el firme propósito de frenar «la vertiginosa islamización actual de España y del resto de Europa», porque si no se «neutraliza contundentemente, junto con el resto de disparates también fruto de la ignominiosa connivencia de los gobernantes y de la oposición respecto a la brutal inmigración extra-comunitaria, nuestro modelo de sociedad y nuestro estado de bienestar, como ya se percibe, se irán a pique sumiéndonos en la miseria y en el caos.» Según palabras dichas por Anglada en la entrevista de marras, esta misión está basada en la fe católica y, por ello, tiene a Cristo como su principal aliado. Este tipo de actitud la verdad me deja mudo de tristeza. ¿Cómo alguien puede convertir en proyecto colectivo la expresión «sólo quiero estar con los que se parecen a mí»? ¿Acaso no le resulta atroz la idea de un mundo compuesto solamente por escaques y trebejos?  Pienso que la clausura existencial es el destino de todo aquel que no le da a la alteridad radical la caridad de la comprensión. De nada sirve tener una tierra fértil si no asumimos que el Otro es la semilla.

12 de octubre de 2010

El más apto

Como ya se sabe, de Darwin en adelante los seres vivos evolucionan, es decir, de generación en generación siempre cambian para asegurar la existencia de los más aptos de su especie. Por desgracia, con el ser humano el asunto no es tan lineal. La aptitud puede adoptar formas diversas según se trate de esta o de aquella persona, de este o aquel contexto. En Venezuela, por ejemplo, muchos consideran que un militar megalómano, paranoide y fanfarrón es apto para ser presidente de la república. En Suiza, consideran que el poder ejecutivo debe estar presidido por 7 personas y no por una y de preferencia han de ser profesionales y civiles. Aquí, en España, muchos consideran que un argentino bajito, muy hábil para desplazar una pelota de unos 70 centímetros de circunferencia usando solamente los pies, debe ganar por ello no menos de 12 millones de euros al año, mientras que el sueldo de alguien que, por ejemplo, conduce un autobús, debe rondar los 14 mil euros al año, o sea, apenas el 0,1% de lo que gana el crack. Si mientras juega con su balón se dobla un tobillo, Messi debe ser atendido por los mejores especialistas de manera inmediata. Si al conductor le pasa lo mismo, pues ha de ir a la seguridad social donde tendrá que esperar tal como esperan los de su misma condición (por orden de llegada) hasta ser atendido. El tobillo de Messi ocupará las primeras planas de los diarios más importantes del país, mientras que el tobillo del conductor se perderá en el anonimato en el que vive el asalariado común. Ignoro la situación de inmigración de Messi, pero sospecho que no estará entre los inmigrantes que el PP (partido que según las estadísticas es considerado el más apto para gobernar este país en este momento) considera que son un problema para la sociedad española y, por tanto, deben volver a su lugar de origen. Según el científico Alejandro Bonmati, hace más de medio millón de años atrás, es decir, cuando apenas comenzábamos a evolucionar, la ayuda entre los humanos para sobrevivir era cosa habitual. El rollo del más apto rondaba pero no dominaba. Evidentemente, desde entonces hasta ahora, algún eslabón se perdió y andamos como andamos.

11 de octubre de 2010

Poesía

Ayer, por accidente, vi el final de una entrevista que le hicieran en una televisora española a Octavio Paz. Viejo ya, y acaso convencido de su propias acciones, Paz decía con unas palabras que ahora no recuerdo, que a las personas que leen poesía les va mejor en la vida. Escuché aquello y recordé algo dicho por un poeta que he olvidado si era chino o japonés: «los versos no llevan el pan a la mesa». Sabemos que Paz comió mucho y siempre bien, pero poetas famélicos los hubo y los hay y, por lo general, en sus versos nunca hablan de lo fácil que es vivir. Acaso por eso están tan lejos de la haplofrenia.

9 de octubre de 2010

Pasión a patadas

El delantero del equipo alicantino Hércules, David Trezeguet, ha dicho en una entrevista publicada recientemente en El País, esta frase: «El fútbol es una pasión, no un trabajo». Nunca antes había leído yo una definición tan precisa y al mismo tiempo tan misteriosa de ese deporte. La palabra pasión es toda ella una paradoja, sobre todo si se la aplica a una actividad que mueve a tanta gente en el mundo. «Pasión» es lo contrario de acción. Es, en efecto, el estado pasivo del sujeto. Y en cierto modo, aunque el deportista parece pertenecer a la esfera del movimiento constante, no es difícil ni descabellado afirmar que el deportista también es aquel que no hace nada. En este sentido, la carpintería, la ingeniería, la medicina, etc. no son pasiones, pero el fútbol sin duda, sí. Bravo por Trezeguet.

8 de octubre de 2010

Resurrección anacrónica

En un gesto propio del lazarismo revolucionario, el chavismo ha resucitado el aparentemente olvidado cadáver del servicio militar obligatorio. No contento con ello, ha ampliado la franja etaria de los que deben cumplirlo: todo venezolano entre los 18 y los 60 años de edad (unos 15 millones de personas), y aquel que no se inscriba en el registro militar será multado y considerado renuente; y para completar este anacronismo legislativo, los chavistas no contemplan la posibilidad de ser objetor de consciencia. Ignoro el interés que el actual gobierno nacional tenga para poner en práctica esta resurrección, pero no es difícil conjeturar que al comandante le resulta más cómodo relacionarse con militares, aunque sean artificiales, que con civiles. Pensar que el pueblo está conformado por soldados es, imagino, una comodidad simbólica que le permite comportarse como su formación le exige: mandar exigiendo obediencia acrítica. Aunque si afinamos un poco más la conjetura, pudiera decirse que esta decisión de alguna manera responde a otro rasgo característico de los socialistas del siglo XXI: creer que están a punto de ser intervenidos militarmente por una potencia extranjera. Esta creencia, sin duda delirante, supone la adquisición urgente de armas de guerra y, como ya he dicho, la militarización de la sociedad civil. Curiosamente, en cuanto al pueblo armado, el imaginario revolucionario todavía sostiene que un soldado asiendo un fusil es resistencia suficiente ante el supuesto ataque de algún coloso militar como, por ejemplo, Estados Unidos. No contempla los ataques orquestados y realizados a distancia donde un fusil es más bien inútil. Lo cierto es que, en un lapso muy corto, muchos venezolanos tendremos que ir mansamente a alguna jefatura a inscribirnos en el servicio militar, no sólo para evitar las multas, sino también porque la ley ha sido elaborada de manera tal que pocos trámites legales y laborales podrán hacerse si no se tiene el comprobante de estar inscrito. En adelante los venezolanos tendremos una cédula de identidad que dice “yo soy este” y un carnet militar que dirá “yo soy lo que aquel me exige que sea: una persona formada para guerrear”.

1 de octubre de 2010

Cinismo

Hace poco usé la palabra cínico y hoy no puedo evitar usarla nuevamente. Pero antes daré unos cuantos tips históricos para dejar claro por qué me veo obligado a usar esa fea palabra. Sé que historia y realidad no son términos que suelan ir de la mano, pero al menos por esta vez creo que el tándem puede funcionar. Bien, en febrero de 1992, Chávez, junto con otros militares partidarios de una organización conspiratoria pomposamente denominada Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, llevó a cabo un golpe de Estado contra el entonces presidente de Venezuela cuyo nombre es preferible olvidar. La intentona golpista fracasó y Chávez fue encarcelado durante dos años, al cabo de los cuales fue indultado por el presidente Rafael Caldera, no porque se lo mereciera, sino porque éste para poder ser apoyado por la izquierda y ganar las elecciones tuvo que prometer y luego cumplir ese nefasto acto. A esa misma organización golpista perteneció el entonces delegado sindical Nicolás Maduro, quien ahora ejerce como Canciller de la República. Pues bien, hace un par de días un grupo numeroso de policías ecuatorianos, descontentos con una ley que recorta sus beneficios económicos, retuvieron durante poco más de diez horas al actual presidente de Ecuador. Luego de un cruento rescate militar, con un saldo de cuatro muertos y 193 heridos, el presidente fue liberado y en sus primeras palabras públicas dijo que no se había tratado de una reivindicación laboral mal encaminada, sino de una conspiración internacional o, mejor dicho, de un intento de golpe de Estado. Si lo uno o lo otro fue cierto, lo ignoro, lo que sé es que los acontecimientos en Ecuador han llevado al canciller de marras a proponer ante la Unión de Naciones Suramericanas un estatuto de sanciones contra golpes de Estado. Según leí en un artículo publicado por El Universal el viernes 1 de octubre de 2010, la cláusula prevé «medidas concretas e inmediatas tales como cierres de frontera, suspensión del comercio, del tráfico aéreo y de la provisión de energía, servicios y otros suministros», es decir, hacer lo posible porque los habitantes del país sancionado se paupericen por algo de lo cual no tienen culpa alguna (ni los golpes ni las revoluciones son populares). Dicho resumidamente, el canciller venezolano, miembro de una organización golpista, en nombre del presidente venezolano, fundador, alto dirigente de esa misma organización, líder de un golpe y acérrimo crítico de las políticas de bloqueo que ha aplicado Estados Unidos a Cuba,  exigen a su vez que en adelante sean bloqueados los países donde se realicen golpes de Estado. Esto o es cinismo de marca mayor o es temor a ser derrocados por una práctica que una vez creyeron legítima y que gracias a ella indirectamente se encuentran en el poder. No cabe duda de que las palabras son como la ropa prestada: siempre es posible que te desnuden en la calle.

29 de septiembre de 2010

Ajedrez para los pies

Hay en la fiesta de la Mercè una especie de fascinación por la verticalidad. Gigantes, sardanas, torres humanas y fuegos artificiales, todos, realizan su sentido en la ascensión. En el caso de la sardana, baile frugal, discreto y matemático, se trata de una verticalidad mínima: cada paso se eleva poco del piso, pero igual se eleva. No hay desplazamientos ni hacia adelante ni hacia atrás ni en diagonal. Los torsos no se curvan, las cabezas no giran, los cuellos no se doblan. No hay momentos de locura, de espontaneidad desaforada, de cuerpos que se abrazan. Sólo hay unas manos que se agarran entre sí, unos brazos estirados al máximo para lograr una finalidad geométrica, un círculo, donde cada bailarín contará y contará y contará subiendo y bajando alternativamente la punta de sus pies. En la sardana el corazón está en las pantorrillas y la sintonía entre los participantes adopta la forma de un conteo grupal casi telepático. Incluso en los casos como el de la sardana de punts lliures, donde se admite la invención de pasos, éstos deben previamente ser memorizados por los bailarines y ser ejecutados con precisión, coordinación y sincronía. Todo requiere una gran concentración. Si el ajedrez se bailara, sería una sardana.

28 de septiembre de 2010

Una pequeña contradicción

En el mismo artículo, Castro pone en evidencia una contradicción desconcertante. Primero afirma que en Venezuela los pobres «viven en los barrios más olvidados históricamente, con difícil acceso, calles malas y menos tránsito. Cuando las aguas invaden sus hogares, todo lo pierden. Ellos no disponen de viviendas cómodas y seguras». Luego, afirma que Venezuela ya «no es una nación de analfabetos, donde millones de hombres, mujeres y niños sobrevivían en la extrema pobreza.» Más adelante, le pide a esas personas que salgan a votar por Chávez, pero eso no es lo importante para esta nota, sino la definición de «pobre» que maneja el señor Fidel. Según él, en Venezuela los pobres viven mal pero saben leer y, al mismo tiempo, ya no sobreviven a la extrema pobreza sino a una pobreza diferente, más llevadera, respaldada por la revolución bolivariana. Según Fidel, luego de una década gobernando, los revolucionarios han recuperado «los fabulosos recursos de Venezuela», sin embargo, quién sabe por qué, las lluvias siguen siendo una amenaza seria para las casas de los pobres. Eso sí, Fidel tiene muy claro, porque los ha visto, que cuando no llueve y se desentienden de sus casas, los pobres venezolanos son fervorosos, combativos, y tienen el privilegio «de vivir una etapa nueva en la historia de su país». Triste destino del sujeto histórico: recuperar unos recursos que no disfruta, temer por la pérdida de su techo ante la furia de los elementos y, peor aún, luchar a brazo partido por unas ideas que según lo postula una utopía ya raída lo harán feliz.

Evidentemente, no es venezolano

Uno de los adagios favoritos de los cínicos es este: las promesas se hicieron para romperlas. Yo, que en modo alguno pertenezco a las vituperables filas del cinismo, confieso que me he visto obligado a romper mi promesa de hablar de la Fiesta de la Mercè. Esta obligación, sin duda azarosa, se debe, como casi todo en esta vida que llevo, a unas palabras que leí. Las escribió Fidel Castro y cualquiera puede leerlas en cubadebate.cu. Su artículo, breve porque pertenece a una sección llamada «reflexiones de Fidel», se titula «Si yo fuera venezolano». Allí, Castro, evidenciando una imaginación mínima y un desconocimiento olímpico de la cultura nacional, se caricaturiza a sí mismo. Es decir, si él fuera venezolano sería, primero, más joven y, segundo, sería él mismo. Se trata de un rasgo típico de los autócratas: viven pensando que ser ellos mismos es lo mejor que le ha podido pasar al mundo y, por eso, se consideran insustituibles y se los debe necesitar siempre. Según este demócrata consumado, amante de la libertad y campeón de los oprimidos, el venezolano castrista no debía dejarse vencer ni por los elementos (en este caso la lluvia que se pronosticaba para el día de las elecciones parlamentarias) ni por el imperio norteamericano (Fidel sostiene firmemente que Estados Unidos deseaba intervenir directamente para que los resultados favorecieran a la oposición) y salir a votar en masa para defender la revolución bolivariana. En los años que llevo siendo venezolano y en mi no muy larga experiencia electoral, jamás me enteré de compatriota alguno que tuviera semejante actitud de cara a las elecciones. En primer lugar, el día de las elecciones es un día libre (sólo se trabaja in extremis). Como no se puede beber en la calle ni comprar nada porque todo está cerrado y hay militares por todas partes, el día anterior, que suele ser un sábado, uno se abastece de suficiente bebida y, si el presupuesto lo permite, compra algo de carne para cocinarla a la parrilla; y si no hay carne se hace un sancocho. Con eso en mente, uno sale temprano a votar y al regreso se reúne en casa con unos panas a comer, a beber unas frías y a jugar dominó, mientras espera que el Consejo Nacional Electoral dé los primeros resultados, que, por lo general, llegan tan tarde que la gente está o demasiado cansada o demasiado borracha como para asimilarlos racionalmente. No digo que todo sea así, pero es el recuerdo que tengo del barrio donde crecí. Allí, el día de las elecciones no había ni lucha anti-imperialista ni voluntad revolucionara que estuviera por encima del solaz dominical. Y de seguir así, me temo que las sugerencias de Fidel cayeron en saco roto (si es que alguien arrimó el saco a sus palabras). 

27 de septiembre de 2010

Si hubieran sido ayer...

Ayer, 26 de septiembre de 2010, se celebraron en Venezuela las elecciones parlamentarias. De los 165 escaños disponibles, el partido de gobierno obtuvo 95, mientras que la coalición opositora obtuvo 64. Esto que a primera vista parece un triunfo del chavismo, no lo es tanto. El resultado, al menos en teoría, impide que la Asamblea Nacional siga legislando acríticamente a favor del presidente y su proyecto considerado, no sin cierta imprecisión, socialista. Por ejemplo, para poder aprobar leyes orgánicas, instrumento predilecto del gobernante para generar una ilusión de cambio revolucionario, es necesario obtener más de dos tercios de los votos de los asambleístas. Con 95 diputados eso no será posible. Así que, a partir del 5 de enero, el partido de gobierno tendrá que comenzar a  vérselas con personas, en este caso políticos, que no piensan como ellos o que tienen una visión diferente del rumbo que debe tomar el país en términos de leyes y de presupuestos. El presidente ya no contará con el cheque en blanco que ha tenido durante casi una década para hacer lo que brotara de su delirante voluntad gubernamental. Cabe decir que uno de los resultados más importantes de estas elecciones, que el mismo presidente había promocionado como una suerte de plebiscito, es que la oposición obtuvo el 52% de los votos. Es decir, que si ayer hubieran sido las elecciones presidenciales, Chávez casi hubiera perdido. Se preguntarán ¿cómo es que con ese porcentaje no se obtuvo la mayoría en la Asamblea? La respuesta es sencilla y al mismo tiempo indignante: «El presidente redistribuyó el censo de tal forma que las demarcaciones donde más adeptos tiene aportan más diputados al Congreso.» La cita pertenece a Pablo Ordaz tal como lo dijo hoy en El País. El temor ahora es ver qué hará la Asamblea antes del 5 de enero. Quedan varios meses y no sería una locura pensar que preparen algún instrumento legal para evitar que los 64 diputados opositores asuman los cargos que los votantes decidieron que ejercieran. Ya sucedió con el opositor Alcalde Mayor de Caracas, persona que me resulta políticamente antipática pero que habiendo sido electo con más del 52% de los votos, fue neutralizado por una figura mágica llamada Jefe de Gobierno del Distrito Capital, cargo de libre nombramiento y remoción por parte del Presidente de la República y que usurpa las competencias que correspondían a la Alcaldía Mayor. Puesto que en años anteriores ese cargo lo había ocupado gente de confianza del presidente, la figura había permanecido dormida, pero cuando la gente votó por un opositor, el presidente la despertó sin importar la voluntad electoral de aquellas personas que no le siguen. En fin, esta nota, sin duda aburrida, mal escrita y nada haplofrénica, era necesario escribirla para evitar que se convirtiera en acné. Prometo que la próxima hablaré de cosas menos espinosas y más llevaderas como, por ejemplo, la fiesta de La Mercè.

23 de septiembre de 2010

El futuro, hoy

Creo que fue Leon Bloy quien dijera que cada vez que quería enterarse de los últimos acontecimientos leía a San Pablo. Yo, sin el talento de Bloy, hago lo mismo, no con el apóstol, sino con Cunqueiro o con Borges y, a veces, con gentes más antiguas que existieron y que no. Justo ahora leo un artículo escrito por Latour y Strum en 1986, aun cuando un experto me ha recomendado leer sus producciones más recientes, pues el primer autor ha cambiado tanto que citar sus trabajos publicados hace diez años atrás equivale a citar una nube de entonces refiriéndose al cielo de hoy. Pues bien, en este artículo de finales del siglo pasado, Latour y Strum, contraviniendo el consejo del especialista, se dedican a leer y analizar semióticamente una serie de libros en los que se relata el origen de la socialidad [socialness]. Entre los autores analizados se encuentra Jean-Jacques Rousseau. Luego de aplicar su estrategia analítica, cuyos detalles dejo para otra ocasión más aburrida que esta, Latour y Strum llegan a una conclusión que me resulta la mar de hilarante y, sobre todo, muy actual: Si puedes evitar entrar en la sociedad, hazlo; si debes entrar en la sociedad, evita las civilizadas organizadas en Estados y con soberano en el poder. Son preferibles las sociedades primitivas como las africanas o las del llamado nuevo mundo. En última instancia, si no puedes evitar entrar en una sociedad civilizada, rechaza las tiranías y opta por comunidades pequeñas regidas por la voluntad general. Para Rousseau no hay una buena razón para entrar en la sociedad, pues razonar es un signo de degeneración; aquel que puede calcular, con la misma virtud y destreza puede engañar. En fin, en el mejor de los casos, la única esperanza es restaurar el contrato social y evitar el estadio final de la esclavitud absoluta. Habría, pues, que volver a ser buenos salvajes; desnudos en el campo y con una total indiferencia hacia nuestros semejantes. No cabe duda de que el porvenir más prometedor puede hallarse con mucha facilidad en las galerías de la memoria. Del mismo modo, un visionario no es aquel que en el presente ve el porvenir, sino aquel que en el pasado espera paciente que lo descubramos viendo el presente y sus posibilidades futuras.

El chiste

Todo chiste es una sonda arrojada al mar de la realidad. Por eso, los dictadores apresan a los humoristas, si saben que son opositores; o los acogen, si saben que son adeptos. Entre 1894 y 1961, vivió en Estados Unidos un hombre que se ganaba la vida desplegando sobre su mundo circundante el agudo humor de su intelecto. Me refiero a James Thurber. De él quiero citar estas palabras, publicadas por Penguin en un libelo llamado «Credos and curios»: «It isn’t what the ideologist believes in, but what he hates, that puts the world in jeopardy. This is the force, in our time and in every other time, that urges the paranoiacs and the manic-depressive to become head of state. Complete power not only corrupts but it also attracts the mad.» [Lo que pone al mundo en peligro no es aquello en lo que cree el ideólogo, sino aquello que el ideólogo odia. En nuestro tiempo y en cualquier otro tiempo, esta es la fuerza que urge a los paranoicos y a los maniaco-depresivos a convertirse en jefes de estado. El poder absoluto no sólo corrompe sino también atrae a los locos.]

16 de septiembre de 2010

El destino

La imaginación es siempre más grande que la vida. Algo así decía Bachelard. Curiosamente, ese exceso es más dócil para la comprensión que las formas exactas y bien recortadas que nos ofrece la realidad. Si alguien nos quiere hablar de un dragón, entendemos inmediatamente que se trata de un animal enorme, suerte de lagarto hipertrofiado, que tiene alas como las del murciélago con las que puede volar y, last but not least, que puede expulsar fuego por su hocico a voluntad. Este entendimiento automático de algo tan inverosímil se debe a que tenemos muy claro que los seres imaginarios no representan una amenaza para nuestra existencia. Entretienen y a lo sumo nos sirven para seguir imaginando cosas, pero hasta ahí; nadie de carne y hueso ha sido chamuscado por un dragón. Aun cuando es posible imaginar mil maneras de acabar con un adversario, la realidad mata, la imaginación no. Sin embargo, hay entidades imaginarias que se resisten a ser comprendidas con facilidad y que parecen intervenir de manera decisiva en el mundo real. Una de ellas es el destino. Creer que hay un supra-existente que rige el curso de nuestras acciones porque así lo ha decidido desde el principio de todos los principios, es una costumbre inveterada. Mientras que a todo dragón le llega su San Jorge y a todo cíclope su Odiseo, imaginamos el destino como algo ineluctable, ineludible, inexorable. Allí donde la realidad comienza a resultarnos adversa, nuestra comprensión acude a la peor sección de nuestra imaginación, es decir, a la idea de destino: las cosas son así porque tienen que ser así y nadie puede contra ello. Aclaro que uso aquí la palabra ‘ello’ a propósito. El destino es un ello sin sujeto pero con agencia efectiva. No es un alguien pero actúa voluntariamente. Esto de actuar es un tanto impreciso. El destino, más que ejercer una acción directa sobre nosotros, escribe y, prodigiosamente, lo que escribe se convierte en acto o, mejor dicho, en una cadena o red de acontecimientos. Su escritura es la que nos afecta. Es una forma extrema de enunciación realizativa. Lo cierto es que a veces el destino es un consuelo; otras, una maldición. Hay quien se gana la lotería, y hay quien tiene que ceder su cama al peor de sus enemigos. El destino, extremadamente previsivo, ora generoso ora retorcidamente cruel, siempre se las arregla para que lo uno o lo otro suceda. Hoy que me siento un poco harto de sus caprichos, pienso que hace falta imaginar su contraparte. Algunos creyeron que ese rol podía cumplirlo la Razón. Otros, menos metafísicos, creyeron que la voluntad. Ambos fracasaron y la plaza sigue vacante. Así que se escuchan propuestas.

11 de septiembre de 2010

Twittercidio

Creo que hoy día nadie negaría que las redes sociales que se forman en internet pertenecen más al orden del intercambio superficial tipo chismorreo que a la comunicación veraz, confiable y oportuna. No digo que la gente tienda a mentir, pero sí que muchos se dan el permiso de hacer afirmaciones infundadas o que responden más a un impulso momentáneo que a una disposición racional permanente. En resumen, los internautas a la hora de expresarse son más proclives a la distensión que a la alevosía. Sin embargo, hay personas que piensan lo contrario; sobre todo aquellas que viven guiadas por la sospecha y el temor, que son los pilares inconfesables del poder. Igualmente, creo que también costaría negar que uno de los rasgos propios de los totalitarismos es, precisamente, sospechar de y temer a toda iniciativa personal que se diferencie o que cuestione sus ideas y acciones y, sobre todo, las de su líder. Si los totalitarios detectan un cuestionamiento de su régimen por parte de alguna entidad foránea o local, más temprano que tarde lo definen como agresión (si es internacional) o como traición (si es nacional) y toman medidas en consecuencia. Según una noticia de Agence France-Presse, del 9 de septiembre de este año, el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas de Venezuela arrestó a un funcionario público «por enviar mensajes instigando al magnicidio, a través de la red social Twitter». En palabras del director del organismo policial, el empleado «se valió de herramientas que le proporciona la misma empresa para manifestar y difundir vía Twitter su ideología personal e incitar a sus seguidores en contra de la figura del Presidente de Venezuela». Haciendo un lado lo del improbable twittercidio, aparentemente, al gobierno venezolano o, en todo caso, a uno de sus organismos de seguridad, le resulta punible (1) pensar como a uno le salga del alma y (2) decir a sus contactos electrónicos que no apoyen al actual presidente de ese gobierno. Aunque lo más curioso de todo es el status de veracidad que un cuerpo con un nombre tan serio le asigna a un fenómeno tan poco serio y veraz como Twitter. Y para dejar una idea más o menos clara de lo que digo, cierro citando a tres de los miembros de esa red que espero que no pongan en alerta a los científicos policiales: (1) «la única regla básica de twitter es que vas y chingas a tu madre si crees que aquí hay reglas», (2) «La aclaratoria de Fidel es peor que la declaración misma. Ahora queda como un loco» y (3) «"Ya yo tengo mi cédula del buen vivir", dice Chávez (yo creo que la tiene desde 1999 porque vive como un rey)»

7 de septiembre de 2010

Inquietante

Hoy llegó a mi buzón una invitación inquietante. En un lugar con nombre y especialidad que hubieran hecho las delicias de Mirabeau, “Los placeres de Lola”, se dictará un taller sobre poesía escrita por mujeres chicanas, prestando particular atención a los versos relacionados con la sexualidad y el feminismo. Los interesados o interesadas podrán intercambiar pareceres con Sayak Valencia, quien además de ser Doctora Europea en Filosofía, Teoría y Crítica Feminista y escribir poemas y ensayos varios, también es exhibicionista performática. Si bien no tengo una idea clara sobre qué significa ser exhibicionista performática, tiendo a imaginar que haga lo haga una persona así, el mejor escenario fue el escogido, es decir, un escenario repleto de mediadores que se conectan con cualquier entusiasta de los apetitos carnales tanto corrientes como extravagantes. Raras veces la coherencia es así de evidente.

La paz armada

Como cualquier populista que se precie, el actual presidente del gobierno venezolano gusta mucho de las apariciones en actos públicos y, en ellos, demuestra con una evidencia cercana al descaro que es un campeón de las declaraciones intempestivas. En la ocasión de inaugurar una organización cuyo nombre, además de pleonástico tiende a asustarme (comuna socialista) dijo en su tono habitual, es decir, entre la fanfarria y el delirio, combinación que algunas personas suelen calificar como valentía, lo siguiente: «Nuestra revolución es pacífica, pero armada». Lo más alarmante es que esto lo decía a propósito de sus opositores de cara a las próximas elecciones parlamentarias, así que cerró su amenaza con esta perla: «no es posible hacer una revolución desarmada con esta oposición». La verdad no comprendo cómo es que una persona así, que habla así, pueda tener tantos seguidores. No comprendo cómo es que hay venezolanos que piensan que a un opositor hay que enfrentarlo con fusiles y no con argumentos. No lo comprendo. Seguramente el presidente sabe cosas que nosotros no sabemos, y tal vez algunos de los candidatos a la Asamblea Nacional son como él o peores y llevan una pistola oculta en las muelas para disparar cuando se dé la oportunidad. Sin embargo, en la prensa nacional las declaraciones de los opositores, esos que tácitamente le piden a Chávez que se arme contra ellos, se pueden leer cosas tan peligrosas como estas: «Parte de la campaña es decirle a los electores, ‘vean ustedes en el estado en que está en Aragua, el desempleo, la inseguridad, el transporte, la basura’; es plantearle a los electores que es posible un camino distinto».  O como esta otra: «Aquí estamos con una representación de las 60 mil mujeres sostén de hogar, que dan lo mejor de sí todos los días, que a diario salen a luchar, quienes también deben tener una voz en la Asamblea Nacional, a partir del 26 de septiembre tendrán en el Parlamento una voz que luche por ellas». No sé, tal vez me dejo llevar por la demagogia de los candidatos opositores, pero incluso así creo que a los demagogos tampoco hay que oponerse con armas, a lo sumo con más demagogia.

6 de septiembre de 2010

La fe virtual

Aunque cueste creerlo, hay personas en el Vaticano que no están preocupadas solamente por el perdón de los pecados, la salvación de las almas, la pederastia, y asuntos afines, sino por cosas  más mundanas como, por ejemplo, el deterioro de la Capilla Sixtina. Esa preocupación, extraña considerando que los vaticanos creen fervientemente en la eternidad, los ha llevado a tomar una decisión que francamente me desconcierta: ¡construir una Capilla Sixtina virtual! Curiosamente, para lograrlo no han solicitado la ayuda divina, sino la intervención de técnicos especialistas. Según Eva Pietroni, coordinadora del Consejo Nacional de Investigación de Italia para el Instituto de Tecnologías Aplicadas a los Bienes Culturales, la Sixtina virtual reduciría significativamente las visitas a la Sixtina real y, en consecuencia, el deterioro de los frescos y de la arquitectura en general disminuiría. Desde mi punto de vista, es una solución sencilla y práctica. Ojalá el entusiasmo de los visitantes por esta otra capilla, no le sugiera a los altos eclesiásticos católicos extender la sustitución virtual hacia otras instancias de la iglesia que han venido mostrando signos alarmantes de deterioro, entre ellas la fe.


3 de septiembre de 2010

Perfectamente racional

Imagino que la ignorancia asumida y confesa es más digna que la ignorancia que se ignora a sí misma, y como eso de la dignidad es cosa rara en este mundo, confieso que no he leído a Stephen Hawking y de él sólo he visto fotos. Poco o nada sé de sus asuntos científicos. Hoy, mientras veía las noticias con la actitud de distanciamiento acrítico necesario para tolerar tantas desgracias mundanas, el narrador dijo, como quien dice que fulano de tal anotó un gol, que Hawking en su más reciente libro asegura que Dios no creó el Universo. La noticia me hizo mucha gracia, básicamente por dos razones: 1) la circunspección del periodista y 2) el crédito de veracidad asignado a Hawking. No veo por qué se anuncia con tanta seriedad que un científico reputado diga algo que nada tiene que ver ni con su oficio y ni con su competencia. Más elegante le quedaría afirmar, con la modestia que exige el tema, que él no cree que exista un creador del universo porque prefiere creer que el universo se creó a sí mismo (cosa que por cierto se parece mucho a lo del motor inmóvil que mueve sin ser movido, es decir, a Dios). Como nota curiosa, y no sé si desfavoreciendo la credibilidad de Hawking, el 27 de abril de 2010 dijo esto otro: «Para mi cerebro matemático, los meros números hacen que pensar sobre extraterrestres sea perfectamente racional.» Pero, según él, hay que tener cuidado con esto, porque los alienígenas podrían ser inteligentes y constituir una amenaza, es decir, ¡los invasores del espacio exterior pudieran ser humanos! Lo terrible es que Hawking nos da esta noticia luego de sacar del escenario a Dios, o sea que cuando vengan los marcianos y acaben inteligentemente con nosotros no tendremos ni infierno ni cielo a dónde ir. ¿Será que podremos acabar con ellos laicamente obligándoles a oír música mala, tal como hiciera Tim Burton en «Mars Attacks!»?


La diferencia

Así como nunca se sabe cuándo saltará la liebre, tampoco se sabe cuándo se presenciará un momento de repentina iluminación filosófica. Anoche, un novel sociólogo español que tengo el gusto de tener por amigo cercano dijo esto: «No es lo mismo de punta a punta que de un punto a una punta.» Los que piensan que la filosofía debe parecerse a frases del tipo «El sistema de las oposiciones en las cuales puede pensarse una cosa como la forma, la formalidad de la forma, es un sistema finito», dirán que lo del punto y la punta no es más que un dicho de listillo en conversación casual con copa de vino de por medio. Creo que se equivocan o, en todo caso, que tanto la primera frase como la segunda suponen una manera de comprender algún aspecto de la vida. En el caso de Derrida (autor de la frase formalmente filosófica) uno puede entender por qué la cara de uno es la cara de uno y no la cara de todos o la cara universal. En el caso del sociólogo, su frase sirve para entender la diferencia entre hacer el Camino de Santiago desde Roncesvalles o Somport o Saint Jean Pie-de-Port hasta el Monte do Gozo y recorrer España desde el Cabo de Creus hasta la Punta da Insua; o, si nos queremos poner más profundos, la frase del sociólogo nos permite comprender que querer y amar no son la misma cosa, así como tampoco lo son la vida y la experiencia; Chávez y Cristo.

31 de agosto de 2010

Veneno

«No me agrada que me envenenen el descanso», decía Alexandre Arnoux; a mí tampoco. Sin embargo, como muchas cosas en la vida, el veneno es imprevisible y cuando uno está en zona de esparcimiento la infición es más fácil. Estaba viendo un programa haplofrénico llamado “Dame una pista”, que consiste en hacer que un participante adivine palabras a partir de los indicios dados por otro participante. Este principio adopta varias modalidades. En una de ellas se le pide a un concursante que diga cuatro palabras asociadas a un término que le da la moderadora. Esas cuatro palabras deben ser adivinadas por los compañeros de ese concursante. Para no hacer largo el cuento, estaba viendo el concurso de marras y la moderadora le pide al concursante de turno que diga rápidamente cuatro palabras asociadas a «América». El concursante, azorado y con una dificultad que no dejaba de sorprenderme, logró balbucear cuatro palabras que no temo decir que envenenaron mi descanso: «Cristóbal, Colón, Indios, Norteamérica». Escuché aquello, dicho aquí, en una televisora española, y pensé en que me hubiera gustado ser un post-colonialista furioso y tomar cartas en el asunto, es decir, dictar un curso o una conferencia en alguna universidad de Europa. Luego recapacité e invertí por modo de antídoto algo que decía el mismo Arnoux: el post-colonialismo no «lo tengo en la masa de la sangre y eso no tiene arreglo», como no tiene arreglo la América que habita en el inconsciente del incauto concursante.

30 de agosto de 2010

La realidad

Antena 3, el canal de TV español, ha ideado un programa que anuncian con mucho entusiasmo. Lo incluyen en la nefasta categoría «Reality», pero a decir verdad nada de lo que habrá de suceder allí se corresponde con lo real. Más bien es una traducción postmoderna del cruel circo romano combinado con la antigua tragedia griega (restándole, eso sí, cualquier indicio de poesía). Aunque si hace falta ser más preciso, es una puesta en acto de lo que en su momento parecía una horrenda ficción; me refiero al «Truman Show», sólo que esta vez los participantes saben que forman parte del programa. A todas estas, el programa se llama «El marco» y consiste en colocar a varias parejas cada una en un espacio de 20 metros cuadrados durante varios meses. En cada espacio habrá cámaras que transmitirán en directo, vía internet, lo que sucede. La pareja que sea menos vista abandonará el programa, y así hasta que quede sólo una. Ignoro cuál será el premio, pero imagino que ha de ser muy jugoso para prestarse a semejante condición. Ahora bien, en un primer momento me pregunté qué llevaría a una persona a participar en algo así. La respuesta elemental fue: el dinero. Pero luego me pregunté por algo menos obvio: ¿qué clase de persona se sienta a ver algo así? No pude responder, pero estoy seguro de que en este mundo y no en el otro abunda el público para este tipo de espectáculo. Las televisoras lo saben y lo cultivan. Yo me sentiría muy mal si sé que la gente de mi país gusta de esas cosas y en lugar de darles una alternativa sigo saciando su sed de patetismo. ¿Será que es más fácil inventar una realidad para ocuparse de ella que ocuparse de la realidad que se produce espontáneamente?

29 de agosto de 2010

Filantropía

Hace poco estaba disfrutando de una estupenda cena preparada por una napolitana y una ucraniana residentes de Caserta, cuando uno de los comensales, grappa en mano, lanzó al aire esta noticia: «México ha ganado el Miss Universo.» Puesto que soy de un lugar que se dedica a producir petróleo, populismo, corrupción, beisbolistas y mujeres bellas, la noticia me interesó y al llegar a casa me conecté a Internet para enterarme de los detalles. Específicamente, quería ver por qué la concursante venezolana no había podido dar una tercera corona seguida a nuestro frívolo país. No logré saberlo porque apenas entré noté que en la parte superior izquierda estaba un link que simplemente decía «TRUMP». Por supuesto, hice clic y, tal como sospechaba, me llevó a la página de Donald J. Trump, el hiper-millonario. Leí a vuelo de pájaro la nota biográfica y me causó sorpresa la manera sencilla con la que hablan de una persona que colecciona hoteles de lujo y top-models. Sobre todo me hizo gracia el cierre que dice más o menos esto: «Trump es el arquetipo del hombre de negocios y, al mismo tiempo, es un ardiente filántropo.» ¿Será por eso que, siguiendo el ejemplo de su jefe, las participantes del Miss Universo siempre establecen una relación directa entre el bikini y el bien que pueden hacerle a la humanidad?

28 de agosto de 2010

Maceración psicopolítica

Acabo de leer una frase que me resulta alarmante y, sin duda, triste: «…propongo a Venezuela como una cultura en maceración.» Las palabras pertenecen al filósofo venezolano Arnaldo Esté y el contexto completo puede uno hallarlo en su blog: http://aeste.blogspot.com/. La alarma y la tristeza se deben a que, según el diccionario, «macerar» significa «ablandar algo estrujándolo o golpeándolo» y, también, «mortificar, afligir la carne con penitencias.» Para los que han vivido durante los últimos 15 años en Venezuela, y lo han hecho con cierto espíritu crítico con el ojo puesto en las cosas elementales, es decir, haplofrénicamente, estas acepciones les resultarán difíciles de rebatir y muy fáciles de constatar. Aun cuando Esté no da ese significado al término maceración (más bien lo acerca a la palabra «macedonia», es decir, «ensalada de frutas») desde el punto de vista lexicográfico y psicopolítico tiene razón: los venezolanos nos estamos macerando.

Haplofrenia

Este blog fue inspirado por una canción que escuché casualmente. No es una canción excelsa ni pertenece al repertorio de lo que se conoce como música culta. Más bien, es una canción popular y, sobre todo, bailable. Se llama «Me cambiaron las preguntas». La interpretan Gilberto Santa Rosa y Rubén Blades, pero ignoro quién la compuso. No contaré aquí de qué va. Sólo diré que la palabra «haplofrenia» [ideada por mí a partir de dos raíces griegas, ἁπλόος, que significa simple, y φρενός, que significa inteligencia] está muy bien resumida en muchas de las cosas que se pueden escuchar en esa canción. Hay tantas cosas elementales que nuestra inteligencia es capaz de pensar que resulta realmente absurdo que nos dediquemos a las más complicadas. Dicho de otra manera, es más simple pensar en la alimentación que en la guerra. En adelante, haré lo posible por ser fiel a este tipo de simplicidad escribiendo lo más haplofrénicamente posible.