29 de septiembre de 2010

Ajedrez para los pies

Hay en la fiesta de la Mercè una especie de fascinación por la verticalidad. Gigantes, sardanas, torres humanas y fuegos artificiales, todos, realizan su sentido en la ascensión. En el caso de la sardana, baile frugal, discreto y matemático, se trata de una verticalidad mínima: cada paso se eleva poco del piso, pero igual se eleva. No hay desplazamientos ni hacia adelante ni hacia atrás ni en diagonal. Los torsos no se curvan, las cabezas no giran, los cuellos no se doblan. No hay momentos de locura, de espontaneidad desaforada, de cuerpos que se abrazan. Sólo hay unas manos que se agarran entre sí, unos brazos estirados al máximo para lograr una finalidad geométrica, un círculo, donde cada bailarín contará y contará y contará subiendo y bajando alternativamente la punta de sus pies. En la sardana el corazón está en las pantorrillas y la sintonía entre los participantes adopta la forma de un conteo grupal casi telepático. Incluso en los casos como el de la sardana de punts lliures, donde se admite la invención de pasos, éstos deben previamente ser memorizados por los bailarines y ser ejecutados con precisión, coordinación y sincronía. Todo requiere una gran concentración. Si el ajedrez se bailara, sería una sardana.

28 de septiembre de 2010

Una pequeña contradicción

En el mismo artículo, Castro pone en evidencia una contradicción desconcertante. Primero afirma que en Venezuela los pobres «viven en los barrios más olvidados históricamente, con difícil acceso, calles malas y menos tránsito. Cuando las aguas invaden sus hogares, todo lo pierden. Ellos no disponen de viviendas cómodas y seguras». Luego, afirma que Venezuela ya «no es una nación de analfabetos, donde millones de hombres, mujeres y niños sobrevivían en la extrema pobreza.» Más adelante, le pide a esas personas que salgan a votar por Chávez, pero eso no es lo importante para esta nota, sino la definición de «pobre» que maneja el señor Fidel. Según él, en Venezuela los pobres viven mal pero saben leer y, al mismo tiempo, ya no sobreviven a la extrema pobreza sino a una pobreza diferente, más llevadera, respaldada por la revolución bolivariana. Según Fidel, luego de una década gobernando, los revolucionarios han recuperado «los fabulosos recursos de Venezuela», sin embargo, quién sabe por qué, las lluvias siguen siendo una amenaza seria para las casas de los pobres. Eso sí, Fidel tiene muy claro, porque los ha visto, que cuando no llueve y se desentienden de sus casas, los pobres venezolanos son fervorosos, combativos, y tienen el privilegio «de vivir una etapa nueva en la historia de su país». Triste destino del sujeto histórico: recuperar unos recursos que no disfruta, temer por la pérdida de su techo ante la furia de los elementos y, peor aún, luchar a brazo partido por unas ideas que según lo postula una utopía ya raída lo harán feliz.

Evidentemente, no es venezolano

Uno de los adagios favoritos de los cínicos es este: las promesas se hicieron para romperlas. Yo, que en modo alguno pertenezco a las vituperables filas del cinismo, confieso que me he visto obligado a romper mi promesa de hablar de la Fiesta de la Mercè. Esta obligación, sin duda azarosa, se debe, como casi todo en esta vida que llevo, a unas palabras que leí. Las escribió Fidel Castro y cualquiera puede leerlas en cubadebate.cu. Su artículo, breve porque pertenece a una sección llamada «reflexiones de Fidel», se titula «Si yo fuera venezolano». Allí, Castro, evidenciando una imaginación mínima y un desconocimiento olímpico de la cultura nacional, se caricaturiza a sí mismo. Es decir, si él fuera venezolano sería, primero, más joven y, segundo, sería él mismo. Se trata de un rasgo típico de los autócratas: viven pensando que ser ellos mismos es lo mejor que le ha podido pasar al mundo y, por eso, se consideran insustituibles y se los debe necesitar siempre. Según este demócrata consumado, amante de la libertad y campeón de los oprimidos, el venezolano castrista no debía dejarse vencer ni por los elementos (en este caso la lluvia que se pronosticaba para el día de las elecciones parlamentarias) ni por el imperio norteamericano (Fidel sostiene firmemente que Estados Unidos deseaba intervenir directamente para que los resultados favorecieran a la oposición) y salir a votar en masa para defender la revolución bolivariana. En los años que llevo siendo venezolano y en mi no muy larga experiencia electoral, jamás me enteré de compatriota alguno que tuviera semejante actitud de cara a las elecciones. En primer lugar, el día de las elecciones es un día libre (sólo se trabaja in extremis). Como no se puede beber en la calle ni comprar nada porque todo está cerrado y hay militares por todas partes, el día anterior, que suele ser un sábado, uno se abastece de suficiente bebida y, si el presupuesto lo permite, compra algo de carne para cocinarla a la parrilla; y si no hay carne se hace un sancocho. Con eso en mente, uno sale temprano a votar y al regreso se reúne en casa con unos panas a comer, a beber unas frías y a jugar dominó, mientras espera que el Consejo Nacional Electoral dé los primeros resultados, que, por lo general, llegan tan tarde que la gente está o demasiado cansada o demasiado borracha como para asimilarlos racionalmente. No digo que todo sea así, pero es el recuerdo que tengo del barrio donde crecí. Allí, el día de las elecciones no había ni lucha anti-imperialista ni voluntad revolucionara que estuviera por encima del solaz dominical. Y de seguir así, me temo que las sugerencias de Fidel cayeron en saco roto (si es que alguien arrimó el saco a sus palabras). 

27 de septiembre de 2010

Si hubieran sido ayer...

Ayer, 26 de septiembre de 2010, se celebraron en Venezuela las elecciones parlamentarias. De los 165 escaños disponibles, el partido de gobierno obtuvo 95, mientras que la coalición opositora obtuvo 64. Esto que a primera vista parece un triunfo del chavismo, no lo es tanto. El resultado, al menos en teoría, impide que la Asamblea Nacional siga legislando acríticamente a favor del presidente y su proyecto considerado, no sin cierta imprecisión, socialista. Por ejemplo, para poder aprobar leyes orgánicas, instrumento predilecto del gobernante para generar una ilusión de cambio revolucionario, es necesario obtener más de dos tercios de los votos de los asambleístas. Con 95 diputados eso no será posible. Así que, a partir del 5 de enero, el partido de gobierno tendrá que comenzar a  vérselas con personas, en este caso políticos, que no piensan como ellos o que tienen una visión diferente del rumbo que debe tomar el país en términos de leyes y de presupuestos. El presidente ya no contará con el cheque en blanco que ha tenido durante casi una década para hacer lo que brotara de su delirante voluntad gubernamental. Cabe decir que uno de los resultados más importantes de estas elecciones, que el mismo presidente había promocionado como una suerte de plebiscito, es que la oposición obtuvo el 52% de los votos. Es decir, que si ayer hubieran sido las elecciones presidenciales, Chávez casi hubiera perdido. Se preguntarán ¿cómo es que con ese porcentaje no se obtuvo la mayoría en la Asamblea? La respuesta es sencilla y al mismo tiempo indignante: «El presidente redistribuyó el censo de tal forma que las demarcaciones donde más adeptos tiene aportan más diputados al Congreso.» La cita pertenece a Pablo Ordaz tal como lo dijo hoy en El País. El temor ahora es ver qué hará la Asamblea antes del 5 de enero. Quedan varios meses y no sería una locura pensar que preparen algún instrumento legal para evitar que los 64 diputados opositores asuman los cargos que los votantes decidieron que ejercieran. Ya sucedió con el opositor Alcalde Mayor de Caracas, persona que me resulta políticamente antipática pero que habiendo sido electo con más del 52% de los votos, fue neutralizado por una figura mágica llamada Jefe de Gobierno del Distrito Capital, cargo de libre nombramiento y remoción por parte del Presidente de la República y que usurpa las competencias que correspondían a la Alcaldía Mayor. Puesto que en años anteriores ese cargo lo había ocupado gente de confianza del presidente, la figura había permanecido dormida, pero cuando la gente votó por un opositor, el presidente la despertó sin importar la voluntad electoral de aquellas personas que no le siguen. En fin, esta nota, sin duda aburrida, mal escrita y nada haplofrénica, era necesario escribirla para evitar que se convirtiera en acné. Prometo que la próxima hablaré de cosas menos espinosas y más llevaderas como, por ejemplo, la fiesta de La Mercè.

23 de septiembre de 2010

El futuro, hoy

Creo que fue Leon Bloy quien dijera que cada vez que quería enterarse de los últimos acontecimientos leía a San Pablo. Yo, sin el talento de Bloy, hago lo mismo, no con el apóstol, sino con Cunqueiro o con Borges y, a veces, con gentes más antiguas que existieron y que no. Justo ahora leo un artículo escrito por Latour y Strum en 1986, aun cuando un experto me ha recomendado leer sus producciones más recientes, pues el primer autor ha cambiado tanto que citar sus trabajos publicados hace diez años atrás equivale a citar una nube de entonces refiriéndose al cielo de hoy. Pues bien, en este artículo de finales del siglo pasado, Latour y Strum, contraviniendo el consejo del especialista, se dedican a leer y analizar semióticamente una serie de libros en los que se relata el origen de la socialidad [socialness]. Entre los autores analizados se encuentra Jean-Jacques Rousseau. Luego de aplicar su estrategia analítica, cuyos detalles dejo para otra ocasión más aburrida que esta, Latour y Strum llegan a una conclusión que me resulta la mar de hilarante y, sobre todo, muy actual: Si puedes evitar entrar en la sociedad, hazlo; si debes entrar en la sociedad, evita las civilizadas organizadas en Estados y con soberano en el poder. Son preferibles las sociedades primitivas como las africanas o las del llamado nuevo mundo. En última instancia, si no puedes evitar entrar en una sociedad civilizada, rechaza las tiranías y opta por comunidades pequeñas regidas por la voluntad general. Para Rousseau no hay una buena razón para entrar en la sociedad, pues razonar es un signo de degeneración; aquel que puede calcular, con la misma virtud y destreza puede engañar. En fin, en el mejor de los casos, la única esperanza es restaurar el contrato social y evitar el estadio final de la esclavitud absoluta. Habría, pues, que volver a ser buenos salvajes; desnudos en el campo y con una total indiferencia hacia nuestros semejantes. No cabe duda de que el porvenir más prometedor puede hallarse con mucha facilidad en las galerías de la memoria. Del mismo modo, un visionario no es aquel que en el presente ve el porvenir, sino aquel que en el pasado espera paciente que lo descubramos viendo el presente y sus posibilidades futuras.

El chiste

Todo chiste es una sonda arrojada al mar de la realidad. Por eso, los dictadores apresan a los humoristas, si saben que son opositores; o los acogen, si saben que son adeptos. Entre 1894 y 1961, vivió en Estados Unidos un hombre que se ganaba la vida desplegando sobre su mundo circundante el agudo humor de su intelecto. Me refiero a James Thurber. De él quiero citar estas palabras, publicadas por Penguin en un libelo llamado «Credos and curios»: «It isn’t what the ideologist believes in, but what he hates, that puts the world in jeopardy. This is the force, in our time and in every other time, that urges the paranoiacs and the manic-depressive to become head of state. Complete power not only corrupts but it also attracts the mad.» [Lo que pone al mundo en peligro no es aquello en lo que cree el ideólogo, sino aquello que el ideólogo odia. En nuestro tiempo y en cualquier otro tiempo, esta es la fuerza que urge a los paranoicos y a los maniaco-depresivos a convertirse en jefes de estado. El poder absoluto no sólo corrompe sino también atrae a los locos.]

16 de septiembre de 2010

El destino

La imaginación es siempre más grande que la vida. Algo así decía Bachelard. Curiosamente, ese exceso es más dócil para la comprensión que las formas exactas y bien recortadas que nos ofrece la realidad. Si alguien nos quiere hablar de un dragón, entendemos inmediatamente que se trata de un animal enorme, suerte de lagarto hipertrofiado, que tiene alas como las del murciélago con las que puede volar y, last but not least, que puede expulsar fuego por su hocico a voluntad. Este entendimiento automático de algo tan inverosímil se debe a que tenemos muy claro que los seres imaginarios no representan una amenaza para nuestra existencia. Entretienen y a lo sumo nos sirven para seguir imaginando cosas, pero hasta ahí; nadie de carne y hueso ha sido chamuscado por un dragón. Aun cuando es posible imaginar mil maneras de acabar con un adversario, la realidad mata, la imaginación no. Sin embargo, hay entidades imaginarias que se resisten a ser comprendidas con facilidad y que parecen intervenir de manera decisiva en el mundo real. Una de ellas es el destino. Creer que hay un supra-existente que rige el curso de nuestras acciones porque así lo ha decidido desde el principio de todos los principios, es una costumbre inveterada. Mientras que a todo dragón le llega su San Jorge y a todo cíclope su Odiseo, imaginamos el destino como algo ineluctable, ineludible, inexorable. Allí donde la realidad comienza a resultarnos adversa, nuestra comprensión acude a la peor sección de nuestra imaginación, es decir, a la idea de destino: las cosas son así porque tienen que ser así y nadie puede contra ello. Aclaro que uso aquí la palabra ‘ello’ a propósito. El destino es un ello sin sujeto pero con agencia efectiva. No es un alguien pero actúa voluntariamente. Esto de actuar es un tanto impreciso. El destino, más que ejercer una acción directa sobre nosotros, escribe y, prodigiosamente, lo que escribe se convierte en acto o, mejor dicho, en una cadena o red de acontecimientos. Su escritura es la que nos afecta. Es una forma extrema de enunciación realizativa. Lo cierto es que a veces el destino es un consuelo; otras, una maldición. Hay quien se gana la lotería, y hay quien tiene que ceder su cama al peor de sus enemigos. El destino, extremadamente previsivo, ora generoso ora retorcidamente cruel, siempre se las arregla para que lo uno o lo otro suceda. Hoy que me siento un poco harto de sus caprichos, pienso que hace falta imaginar su contraparte. Algunos creyeron que ese rol podía cumplirlo la Razón. Otros, menos metafísicos, creyeron que la voluntad. Ambos fracasaron y la plaza sigue vacante. Así que se escuchan propuestas.

11 de septiembre de 2010

Twittercidio

Creo que hoy día nadie negaría que las redes sociales que se forman en internet pertenecen más al orden del intercambio superficial tipo chismorreo que a la comunicación veraz, confiable y oportuna. No digo que la gente tienda a mentir, pero sí que muchos se dan el permiso de hacer afirmaciones infundadas o que responden más a un impulso momentáneo que a una disposición racional permanente. En resumen, los internautas a la hora de expresarse son más proclives a la distensión que a la alevosía. Sin embargo, hay personas que piensan lo contrario; sobre todo aquellas que viven guiadas por la sospecha y el temor, que son los pilares inconfesables del poder. Igualmente, creo que también costaría negar que uno de los rasgos propios de los totalitarismos es, precisamente, sospechar de y temer a toda iniciativa personal que se diferencie o que cuestione sus ideas y acciones y, sobre todo, las de su líder. Si los totalitarios detectan un cuestionamiento de su régimen por parte de alguna entidad foránea o local, más temprano que tarde lo definen como agresión (si es internacional) o como traición (si es nacional) y toman medidas en consecuencia. Según una noticia de Agence France-Presse, del 9 de septiembre de este año, el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas de Venezuela arrestó a un funcionario público «por enviar mensajes instigando al magnicidio, a través de la red social Twitter». En palabras del director del organismo policial, el empleado «se valió de herramientas que le proporciona la misma empresa para manifestar y difundir vía Twitter su ideología personal e incitar a sus seguidores en contra de la figura del Presidente de Venezuela». Haciendo un lado lo del improbable twittercidio, aparentemente, al gobierno venezolano o, en todo caso, a uno de sus organismos de seguridad, le resulta punible (1) pensar como a uno le salga del alma y (2) decir a sus contactos electrónicos que no apoyen al actual presidente de ese gobierno. Aunque lo más curioso de todo es el status de veracidad que un cuerpo con un nombre tan serio le asigna a un fenómeno tan poco serio y veraz como Twitter. Y para dejar una idea más o menos clara de lo que digo, cierro citando a tres de los miembros de esa red que espero que no pongan en alerta a los científicos policiales: (1) «la única regla básica de twitter es que vas y chingas a tu madre si crees que aquí hay reglas», (2) «La aclaratoria de Fidel es peor que la declaración misma. Ahora queda como un loco» y (3) «"Ya yo tengo mi cédula del buen vivir", dice Chávez (yo creo que la tiene desde 1999 porque vive como un rey)»

7 de septiembre de 2010

Inquietante

Hoy llegó a mi buzón una invitación inquietante. En un lugar con nombre y especialidad que hubieran hecho las delicias de Mirabeau, “Los placeres de Lola”, se dictará un taller sobre poesía escrita por mujeres chicanas, prestando particular atención a los versos relacionados con la sexualidad y el feminismo. Los interesados o interesadas podrán intercambiar pareceres con Sayak Valencia, quien además de ser Doctora Europea en Filosofía, Teoría y Crítica Feminista y escribir poemas y ensayos varios, también es exhibicionista performática. Si bien no tengo una idea clara sobre qué significa ser exhibicionista performática, tiendo a imaginar que haga lo haga una persona así, el mejor escenario fue el escogido, es decir, un escenario repleto de mediadores que se conectan con cualquier entusiasta de los apetitos carnales tanto corrientes como extravagantes. Raras veces la coherencia es así de evidente.

La paz armada

Como cualquier populista que se precie, el actual presidente del gobierno venezolano gusta mucho de las apariciones en actos públicos y, en ellos, demuestra con una evidencia cercana al descaro que es un campeón de las declaraciones intempestivas. En la ocasión de inaugurar una organización cuyo nombre, además de pleonástico tiende a asustarme (comuna socialista) dijo en su tono habitual, es decir, entre la fanfarria y el delirio, combinación que algunas personas suelen calificar como valentía, lo siguiente: «Nuestra revolución es pacífica, pero armada». Lo más alarmante es que esto lo decía a propósito de sus opositores de cara a las próximas elecciones parlamentarias, así que cerró su amenaza con esta perla: «no es posible hacer una revolución desarmada con esta oposición». La verdad no comprendo cómo es que una persona así, que habla así, pueda tener tantos seguidores. No comprendo cómo es que hay venezolanos que piensan que a un opositor hay que enfrentarlo con fusiles y no con argumentos. No lo comprendo. Seguramente el presidente sabe cosas que nosotros no sabemos, y tal vez algunos de los candidatos a la Asamblea Nacional son como él o peores y llevan una pistola oculta en las muelas para disparar cuando se dé la oportunidad. Sin embargo, en la prensa nacional las declaraciones de los opositores, esos que tácitamente le piden a Chávez que se arme contra ellos, se pueden leer cosas tan peligrosas como estas: «Parte de la campaña es decirle a los electores, ‘vean ustedes en el estado en que está en Aragua, el desempleo, la inseguridad, el transporte, la basura’; es plantearle a los electores que es posible un camino distinto».  O como esta otra: «Aquí estamos con una representación de las 60 mil mujeres sostén de hogar, que dan lo mejor de sí todos los días, que a diario salen a luchar, quienes también deben tener una voz en la Asamblea Nacional, a partir del 26 de septiembre tendrán en el Parlamento una voz que luche por ellas». No sé, tal vez me dejo llevar por la demagogia de los candidatos opositores, pero incluso así creo que a los demagogos tampoco hay que oponerse con armas, a lo sumo con más demagogia.

6 de septiembre de 2010

La fe virtual

Aunque cueste creerlo, hay personas en el Vaticano que no están preocupadas solamente por el perdón de los pecados, la salvación de las almas, la pederastia, y asuntos afines, sino por cosas  más mundanas como, por ejemplo, el deterioro de la Capilla Sixtina. Esa preocupación, extraña considerando que los vaticanos creen fervientemente en la eternidad, los ha llevado a tomar una decisión que francamente me desconcierta: ¡construir una Capilla Sixtina virtual! Curiosamente, para lograrlo no han solicitado la ayuda divina, sino la intervención de técnicos especialistas. Según Eva Pietroni, coordinadora del Consejo Nacional de Investigación de Italia para el Instituto de Tecnologías Aplicadas a los Bienes Culturales, la Sixtina virtual reduciría significativamente las visitas a la Sixtina real y, en consecuencia, el deterioro de los frescos y de la arquitectura en general disminuiría. Desde mi punto de vista, es una solución sencilla y práctica. Ojalá el entusiasmo de los visitantes por esta otra capilla, no le sugiera a los altos eclesiásticos católicos extender la sustitución virtual hacia otras instancias de la iglesia que han venido mostrando signos alarmantes de deterioro, entre ellas la fe.


3 de septiembre de 2010

Perfectamente racional

Imagino que la ignorancia asumida y confesa es más digna que la ignorancia que se ignora a sí misma, y como eso de la dignidad es cosa rara en este mundo, confieso que no he leído a Stephen Hawking y de él sólo he visto fotos. Poco o nada sé de sus asuntos científicos. Hoy, mientras veía las noticias con la actitud de distanciamiento acrítico necesario para tolerar tantas desgracias mundanas, el narrador dijo, como quien dice que fulano de tal anotó un gol, que Hawking en su más reciente libro asegura que Dios no creó el Universo. La noticia me hizo mucha gracia, básicamente por dos razones: 1) la circunspección del periodista y 2) el crédito de veracidad asignado a Hawking. No veo por qué se anuncia con tanta seriedad que un científico reputado diga algo que nada tiene que ver ni con su oficio y ni con su competencia. Más elegante le quedaría afirmar, con la modestia que exige el tema, que él no cree que exista un creador del universo porque prefiere creer que el universo se creó a sí mismo (cosa que por cierto se parece mucho a lo del motor inmóvil que mueve sin ser movido, es decir, a Dios). Como nota curiosa, y no sé si desfavoreciendo la credibilidad de Hawking, el 27 de abril de 2010 dijo esto otro: «Para mi cerebro matemático, los meros números hacen que pensar sobre extraterrestres sea perfectamente racional.» Pero, según él, hay que tener cuidado con esto, porque los alienígenas podrían ser inteligentes y constituir una amenaza, es decir, ¡los invasores del espacio exterior pudieran ser humanos! Lo terrible es que Hawking nos da esta noticia luego de sacar del escenario a Dios, o sea que cuando vengan los marcianos y acaben inteligentemente con nosotros no tendremos ni infierno ni cielo a dónde ir. ¿Será que podremos acabar con ellos laicamente obligándoles a oír música mala, tal como hiciera Tim Burton en «Mars Attacks!»?


La diferencia

Así como nunca se sabe cuándo saltará la liebre, tampoco se sabe cuándo se presenciará un momento de repentina iluminación filosófica. Anoche, un novel sociólogo español que tengo el gusto de tener por amigo cercano dijo esto: «No es lo mismo de punta a punta que de un punto a una punta.» Los que piensan que la filosofía debe parecerse a frases del tipo «El sistema de las oposiciones en las cuales puede pensarse una cosa como la forma, la formalidad de la forma, es un sistema finito», dirán que lo del punto y la punta no es más que un dicho de listillo en conversación casual con copa de vino de por medio. Creo que se equivocan o, en todo caso, que tanto la primera frase como la segunda suponen una manera de comprender algún aspecto de la vida. En el caso de Derrida (autor de la frase formalmente filosófica) uno puede entender por qué la cara de uno es la cara de uno y no la cara de todos o la cara universal. En el caso del sociólogo, su frase sirve para entender la diferencia entre hacer el Camino de Santiago desde Roncesvalles o Somport o Saint Jean Pie-de-Port hasta el Monte do Gozo y recorrer España desde el Cabo de Creus hasta la Punta da Insua; o, si nos queremos poner más profundos, la frase del sociólogo nos permite comprender que querer y amar no son la misma cosa, así como tampoco lo son la vida y la experiencia; Chávez y Cristo.