21 de diciembre de 2011

Cambio

Para los nueve seguidores de este blog puede resultar sorpresivo el cambio de la cabecera. Si por algún acaso se preguntan a qué viene el cambio, les ofrezco un par de razones. La primera es conceptual; la segunda, cultural. Así, por un lado, la cabecera responde a la idea de inteligencia simple sirviéndose de dos objetos que, al menos para mí, resumen la simplicidad que puede alcanzar el ingenio humano cuando se lo propone; me refiero al clip y a la bombilla. Por otro lado, en mi país las mujeres suelen usar ropa interior de color amarillo para recibir el nuevo año. Aparentemente, esto augura o garantiza un año cargado de eventos afortunados. Que así sea.

12 de diciembre de 2011

El autócrata


Sin correr el riesgo de adentrarme en el aterrador laberinto del discurso psicopatológico y aventurándome más bien por las galerías siempre luminosas del DRAE, he hallado la siguiente definición de delirio paranoide: “Síndrome atenuado de la paranoia caracterizado por egolatría, manía persecutoria, suspicacia y agresividad.” En otras palabras, el delirante paranoide —en caso de existir— vive creyendo que si hay alguien a quien adorar, ese alguien es él mismo y si hay alguien a quien persiguen, ese alguien es él mismo. Por eso, la actitud que debe asumir de cara al mundo es sospechar de todo y de todos y, si es necesario, atacar a todo y a todos.
Cualquiera pudiera decir que, con uno que otro matiz, la mayoría de la gente comparte esos rasgos. Los aficionados al chisme, por ejemplo, que no son pocos, suelen vivir así. Creyéndose el centro de los comentarios de todos, difunden, por modo de retaliación discursiva, noticias que si bien parten de un hecho concreto, lo adornan con detalles especiosos y, casi siempre, hiperbólicos. Al final, el acontecimiento tiene más de mentira que de verdad, y más de exageración que de puntualidad.
Los entrenadores deportivos, los cocineros, los científicos, los policías, las top-models, la gente de izquierda y también la de derecha, los diseñadores de software, los malhechores, etc., pueden fácilmente engrosar las filas de los que sin padecer por completo este síndrome, muestran uno que otro síntoma. No obstante, tengo para mí que el lauro se lo lleva la persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema en un Estado, es decir, el autócrata. Para los pocos que aún no lo saben, y según palabras textuales del mismo DRAE, la autocracia es  el “sistema de gobierno en el cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley”, y a esa persona se la conoce como autócrata, es decir, como aquel que gobierna desde sí y para sí.
Entre la autocracia y la paranoia existe una especie de compenetración de sentido. La paranoia es un extravío del espíritu que se manifiesta porque éste se ancla en una idea o en un orden de ideas. El autócrata, por lo general, inventa o adopta una doctrina a la cual debe subsumirse la totalidad de lo existente. Puesto que esa empresa suele hallar resistencia, entonces desarrolla el delirio descrito ut supra. Todo aquel que no se someta a esa doctrina es considerado sospechoso y, subsecuentemente, se convierte en blanco de la violencia legítima, es decir, la violencia autorizada por aquel que dicta la suprema ley.
Por lo general, el autócrata trata de manejar los imperativos de su delirio al menos de dos maneras: o extiende indefinidamente la agresión contra sus enemigos imaginarios o trata de zanjar esa agresión acabando de una vez por todas con su existencia; no digo que los mate, sino que bloquea justo aquello que los justifica como agentes. Si son terratenientes, por ejemplo, pasa un tiempo vituperándolos, luego amenazándolos y, finalmente, expropia sus tierras. Si son políticos, comienza descalificando sus trayectorias, luego etiqueta sus acciones actuales como desestabilizadoras y, finalmente, los inhabilita para ejercer cargos públicos, incluso para ejercer sus derechos tanto civiles como políticos.
En el fondo el autócrata no tolera al Otro, simple y llanamente porque ese Otro, por ser otro, difiere de él o, mejor dicho, no es él (única persona con la que está de acuerdo). En este sentido, para el autócrata toda diferencia es traición.

11 de diciembre de 2011

La profesión

Cumpliendo con un oráculo que desconocía y que a su manera me va llevando  hacia Michoacán, quiero citar ahora un fragmento de «La vida inútil de Pito Pérez», obra escrita por José Rubén Romero allá por los años 30 del siglo XX. Estas palabras me parecen no solo agudas sino oportunas y precisas para todo aquel que quiera comprender las cosas que ocurren en el país donde nací:
¿No ha observado usted que la profesión de déspota es más fácil que la de médico o la de abogado? Primer año: ciclo de promesas, sonrisas y cortesías para los electores; segundo año: liquidación de viejas amistades para evitar que con su presencia recuerden el pasado, y creación de un Supremo Consejo de Lambiscones; tercer año: curso completo de egolatría y megalomanía; cuarto y último año: preponderancia de la opinión personal y arbitrariedades a toda orquesta. 

10 de diciembre de 2011

El ajustador

Acabo de leer un artículo publicado en The New Yorker, escrito por Malcolm Gladwell, autor que, debo confesarlo, he seguido desde hace ya varios años. No siempre me gustan sus temas, pero su manera de verlos y de referirlos me resulta envidiable. Gladwell es un hombre perspicaz. Bien, el artículo en cuestión se llama “The tweaker” (El ajustador) y revela algunas de las vilezas del difunto Steve Jobs. Nunca me ha gustado saber de la vida de las personas que han creado, construido o diseñado cosas que me gustan; es decir, huyo de las biografías. No obstante, esta vez leí completo el artículo porque de cierta manera fue confirmando una sospecha que tenía. Siempre que veía a Jobs presentar uno de sus nuevos avances, sentía que su informalidad era especiosa y que nada de lo que estaba diciendo le pertenecía, que por detrás estaba un equipo de personas que hacían y creaban y que él no era sino el que tomaba decisiones sobre la base del dinero que manejaba. Gladwell, a su manera, dice lo mismo: Jobs no era un tipo chévere y menos aún un creador o un visionario. Era una persona antipática y malhumorada, aviesamente perfeccionista, que ajustaba y pulía lo que ya existía. Esto en modo alguno debe verse como un defecto, pero sí como un rasgo que se debe tener presente a la hora formular elogios para el hombre que representaba esos productos tan bonitos y tan bien acabados que despiertan nuestros más bajos instintos de consumo.

Ingenuidades

Según podemos ver en la prensa internacional, los resultados electorales en Rusia no han sido del todo transparentes o, en todo caso, hay mucho descontento y sobre todo sospecha por el triunfo aplastante del partido de gobierno. Para colmo, muchos manifestantes han sido detenidos (unos 1000, según Amnistía Internacional). De acuerdo con una nota de Euronews, «Putin acusó a Estados Unidos de instigar las protestas antigubernamentales y a la oposición, de responder a intereses oscuros.» No sé si este tipo de declaraciones pueden leerse en un manual de gestión demagógica de los movimientos contra-revolucionarios, pero en Venezuela los voceros gubernamentales y casi siempre el presidente de la república ofrecen declaraciones que son casi un calco de la acusación del primer ministro ruso. Incluso pudiera derivarse una fórmula: acción sospechosa por parte del gobierno -> reacción de protesta por parte de la oposición -> descalificación del segundo por parte del primero tomando como cabeza de turco al gobierno norteamericano. Para mí, este tipo de bucle discursivo no resuelve nada. Decir «usted protesta porque se deja manipular como un tonto» no aclara las razones de la suspicacia. Si no se confía en los resultados, pues se hace una auditoría o se repite el proceso. Sé que esto puede parecer ingenuo, pero para mí es una forma digna y haplofrénica de vivir la democracia. Ahora bien, en medio de este panorama, desde mi punto de vista inestable y completamente desfavorable, Venezuela ha decidido fundar conjuntamente con Rusia el Banco Popular de Desarrollo Ruso-Venezolano, el cual tendrá oficinas en Pekín y en Caracas. No sé quién es más ingenuo, yo por querer que se practique una democracia real o el gobierno venezolano por hacer negocios de ese talante.

El reino

El partido socialista de España ha perdido las elecciones generales con una diferencia significativa respecto del partido ganador cuya ideología es palmariamente de derecha. Este resultado ha sido difundido por los medios de comunicación como una derrota aplastante y, en apariencia, el mismo partido perdedor no disiente de ese juicio. Aun cuando tiendo a diferir sustancialmente de las ideas políticas del partido ganador, pienso que su triunfo no debe verse con recelo, y la derrota del partido de gobierno tampoco la veo como una derrota. En una sociedad que se postule como democrática (aunque la manera como se elige el presidente de gobierno español deja mucho qué desear de cara al peso que tiene el voto real de cada ciudadano), es deseable que luego de dos legislaturas el partido de gobierno dé paso a otros actores políticos, independientemente de su proyecto. Querer seguir en el poder y prolongar indefinidamente una sola manera de gobernar y una sola ideología es el camino fácil hacia la consolidación del pensamiento único y el enrarecimiento de la pluralidad. Ahora le toca a los Otros, tal es, al menos para mí, la consigna democrática por excelencia. Si espero y lucho porque mi opositor jamás alcance el poder, no actuaré según un principio democrático sino según un teorema de dictadura. En adelante, al partido de gobierno no le toca recomponerse por la supuesta derrota, sino hacer oposición que en estos tiempos críticos significará prestar atención a las nuevas políticas gubernamentales e intentar proteger en la medida de lo posible los intereses de la nación, ¿o debo decir del reino?

4 de diciembre de 2011

Vivir

Siendo adolescente sentía cierta fascinación por la obra de Sylvia Plath. En ese entonces, me dedicaba a nutrir mi acerbo bibliográfico afín a lo que alguien por ahí llamaba el «romanticismo de la desdicha»; cosa que, ya se sabe, es muy propia de esa edad. Como todo romanticismo esa fascinación no era literaria, sino temática. Específicamente, me atraía la muerte; atracción que, también se sabe, es más que propia de esa edad. Aunque aún no salgo de mi adolescencia, sé que esas tendencias no llevan a ninguna parte. La muerte no es tan importante como la vida. Si a algo hay que dedicarle tiempo y esfuerzo es a lo segundo, no a lo primero. A la muerte hay que dejarla tener su momento o, en todo caso, hacer lo posible porque su momento sea uno y llegue más bien tarde. En lugar de respetarla y marearla como se hace a veces con la perdiz, mejor es asumir la vida como un imperativo y mejorarla en la medida de lo posible. Vivir, esa es la consigna.