22 de mayo de 2011

Ingenuidad

En la mitología política, el Bien siempre ha estado representado por el horizonte de posibilidades de transformaciones que promete la izquierda y el Mal por los excesos de exclusión y conservadurismo que comete la derecha. En la realidad política, el Mal está representado por los errores prácticos cometidos por la izquierda cuando está en el poder y el Bien por la calma que genera en la población la demagogia vulgar y descarada de la derecha cuando aspira al poder. Por lo general, las personas se ilusionan con la izquierda pero casi nunca le dan la oportunidad de gobernar. Cuando lo hacen, la izquierda, bienintencionada pero mal adiestrada en asuntos gubernamentales, les decepciona y corren a refugiarse en el infierno paranoide y racista de la derecha. Hoy, en España, este proceso se ha repetido de una manera ejemplar. El partido socialista que ya lleva años en el poder, ha sido castigado por la población electoral que ha hecho ganar a la derecha con una contundencia que no deja lugar a dudas. Aparentemente, las personas esperan que con la derecha, tal como lo ha prometido, el índice de desempleo no sólo se reduzca, sino que desaparezca; que los autónomos se enriquezcan y que, en general, la vida sea buena y feliz, es decir, todo lo contrario de la vida en tiempos de izquierda. Espero que el precio de esta esperanza, tan parecida a la ingenuidad, no sea demasiado alto para la sociedad española.

21 de mayo de 2011

Ventaja

Un hombre que huye no es aquel que va de un lugar a otro mientras le persiguen, sino aquel que esté donde esté siempre siente que están a punto de darle alcance. Por eso, en la medida de lo posible, sigue un camino que incluso él desconoce. Con mucha más frecuencia de la que hubiera deseado, he tenido que ser ese hombre. Por fortuna, entre mis eventuales, acaso imaginarios, captores y yo la ventaja suele ser mía.

Mientras

Pero siempre que lo intento
ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento
a silbar mi melodía.

Joaquín Sabina

Esos cuatro versos pertenecen a una canción muy triste llamada «Calle Melancolía». Por razones que ahora no sé explicar, la canción me gusta mucho y la escucho con cierta frecuencia. Su compositor, Joaquín Sabina, al menos desde mi punto de vista, debería sentirse satisfecho de haber podido resumir de una manera tan precisa y al mismo tiempo tan sentida un estado de ánimo que se me ocurre llamar, precisamente, melancolía. Dice el diccionario, que es como el mercadillo de los poetas, que melancolía es una «tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.» En cada imagen de «Calle…» no es posible desentenderse de la atmósfera melancólica que la rodea. Una yegua sombría, un cielo cada vez más lejano, el paisaje de antenas y cables, la cuesta del olvido, el crucigrama…, todo es triste y sin embargo bonito. Tanto que con gusto me sentaría en esa escalera a silbar con él mientras llega el próximo tranvía.