25 de enero de 2012

Ciega

Unos policías norteamericanos clausuraron un sitio en internet y apresaron a su administrador. El motivo: ese administrador permitía que en sus servidores se almacenara información y, además, cualquiera podía bajar esa información a sus equipos personales. El problema es que ni lo uno ni lo otro reportaban beneficios económicos para los autores de esa información. Ahora se enfrenta a una condena de unos 50 años de prisión. En enero de 2009, en Sevilla, un hombre mató a una mujer. Lo apresaron y estuvieron juzgándolo hasta enero de 2012, mes en que se dictó sentencia. Fue condenado a 20 años de cárcel. Más allá o más acá de los pormenores de cada caso, estos dos resultados me consternan y me hacen dudar mucho de la administración de justicia en algunas sociedades occidentales. Para mí está claro que vale más una vida que una canción, pero para la ley no. Si tomamos como criterio el montante de las penas, el pirata cibernético es peor que el asesino flagrante y alevoso. Imagino que a esto se refieren cuando dicen que la justicia es ciega.

24 de enero de 2012

Castigo

El viernes 13 de enero, día de mal agüero para los norteamericanos pero sábado chiquito para las gentes de mi país, el presidente del gobierno venezolano presentó su memoria y cuenta ante el parlamento. Según el vicepresidente de ese organismo, seguidor incondicional del presidente, esa presentación duró 9 horas y 27 minutos. No puedo evitar detenerme un poco en esta duración exorbitante. En primer lugar, que alguien necesite tanto tiempo para decir algo a los demás me parece una falta total de virtudes comunicativas. Los mensajes que más calan son los que en un tiempo mínimo comunican algo significativo. El mismo presidente, en  su tórrida y cuestionable entrada a la esfera pública, logró un lugar en el imaginario psicopolítico venezolano con dos palabras: «Por ahora». Sin embargo, parece haber olvidado la fuerza de esa frugalidad discursiva. En segundo lugar, en un ejercicio de ficción extrema, supongamos que ese viernes todos los venezolanos se hubieran sentado a escuchar lo que tenía que decir el presidente. Hubiera sido una catástrofe económica. Nada hubiera funcionado durante 9 horas y 27 minutos. Afortunadamente, ese interés parece no existir y los únicos que tuvieron que sufrir esa alocución de cabo a rabo fueron los miembros del parlamento. Un castigo mínimo por todo lo que le deben al país.

23 de enero de 2012

Doctor

En los años 80 sonó mucho en las emisoras de radio venezolanas un merengue dominicano interpretado por Bonny Cepeda. La canción se llamaba «¡Ay, doctor!». En lugar de resumirla, citaré algunos de sus versos que, en cierto modo, igual resumen la canción: «El doctor me dio tres meses de vida. Un año pasó y viviendo sigo yo. […] Yo que me pensaba gozar mis tres meses, debo hasta la vida más los intereses.» Hace unos días, el diario español ABC publicó una noticia alarmante para algunos, lenitiva para otros: Al actual presidente del gobierno venezolano le quedan no menos de 9 meses de vida. Según el diario, sus fuentes son confiables, así que la noticia se ha difundido rápidamente y los oficialistas venezolanos han tenido que salirle al paso no para mostrar pruebas de lo contrario, sino para desmentirla con lo que Jonathan Potter llama argumento de mobiliario. El vicepresidente del Parlamento venezolano dijo que bastaba con ver al presidente para notar cuán sano está. Cito al dirigente: «Un hombre que está a nueve meses de vida, mira, duró nueve horas y 27 minutos en una alocución y todavía dijo: ‘vamos a seguir’.» Esto, admitámoslo, no es prueba de nada. Acaso los seguidores del presidente saben algo que el resto de los venezolanos no saben o, tal vez, el diagnóstico que secretamente manejan lo dio el doctor de Cepeda y eso les da esperanzas. Veremos.

Palinodia

Henry James decía que la mayoría de los males en la vida provienen de la exageración. Hace poco escuchaba distraídamente una canción de Joan Manuel Serrat y refuté uno de sus versos sin reparar en el resto. Exageré. Hoy, consciente de mi error, busqué la letra completa y la leí lentamente. No me sorprendió estar totalmente de acuerdo con el conjunto porque, la verdad sea dicha, su autor siempre me pareció un hombre sensato, y a mí la sensatez, como la haplofrenia, suele ganarme para sus filas. La canción se llama «Esos locos bajitos».

20 de enero de 2012

Sentido

Curioseando me enteré de la existencia de la pena de sentido. Al principio pensé que se trataba de una especie de castigo semiólógico que se aplica a los que no usan el lenguaje para darse entender, pero la realidad es muy otra. La pena de sentido proviene de la religión católica, y consiste en aplicar a las personas indignas de presentarse ante Dios un suplicio que afecte al espíritu por la vía del cuerpo, específicamente, atormentando alguno de los sentidos. No sé muy bien como serían esas personas indignas de presentarse ante Dios, pero tal vez no sea sorpresa encontrar en la lista (si la hay) a ciertos políticos y a ciertos militares; ah, y sin duda, a los economistas que apertrechados en las agencias de calificación dicen cosas como esta: «Para que todo vaya bien hay que reducir el gasto en educación y en salud.» ¿A quién se le ocurre pensar que el dinero invertido en el bienestar de una sociedad es un gasto?

12 de enero de 2012

Ingenio

El nuevo «Sherlock» de Mark Gatiss y Steven Moffat es realmente estupendo. No es tan vertiginoso ni tan irreverente como el de Guy Ritchie, pero está cargado de ritmo y sobre todo de perspicacia. El Dr. John Watson, interpretado por Martin Freeman (el mismo que hizo tan buena pareja con Mos Def en «The hitchhiker’s guide to the galaxy») es impagable. Lo mismo habría que decir de Benedict Cumberbatch en el papel de Holmes: hace que la arrogancia del genio no le haga daño al estómago y sea considerada como un rasgo necesario y no como un lastre prescindible. En fin, el primer capítulo me ha resultado entretenido y altamente recomendable. Ya veremos si el segundo mantiene el nivel.