12 de octubre de 2014

Indolencia

Hoy hemos tenido un caso de indolencia pura y dura. Nos hemos enojado, como es natural que ocurriera. Hemos reclamado, como era de esperarse. Y, por cosas de la coherencia, el indolente no ha hecho nada por reparar el perjuicio que nos causó. Al enojo se sumó la impotencia y pasado un rato la resignación ganó la partida. Ya cerca de la medianoche —todo ocurrió a eso de las 3 de la tarde—, un poco adormilado, pienso en el acontecimiento a distancia e intento buscar su lado simple. No lo encuentro. Procuro hallar una justificación y, aparentemente, tampoco la tiene. Entonces, ¿qué pensar? Nada. Creo que en este caso y en casos análogos no hay nada qué pensar; nada qué justificar. Ninguna inteligencia, ni simple ni compleja, puede sacar algo en claro de la indolencia radical. Ante gente así, que actúa violentamente, es decir, que actúa como si viviera sola, estamos completamente indefensos, y es un signo más o menos evidente de que por ese camino la humanidad se pierde a sí misma.