5 de diciembre de 2015

Humanidad


El término humanidad es como un erizo, difícilmente se puede uno acercar a él sin espinarse. A veces, cuando se siente amenazada —esta humanidad, digo— arroja sus espinas sin mirar a quién herirá. Bonito sería que en esta analogía pudiéramos cambiar erizo por ornitorrinco.

Tino


Hay gente que tiene ideas extraordinarias y puede resumirlas en una sola frase, lo cual me parece más genial todavía. Me refiero al título del disco más reciente de Thomas Stronen, “Time is a blind guide”, es decir “El Tiempo es un lazarillo”. Creo que ha dado en el blanco.

Algodón


Leo la prensa venezolana (la que todavía se arriesga a denunciar los desmanes del gobierno nacional), leo los mensajes que me envían por WhatsApp relativos al mismo tema, y me deprimo. No porque ese gobierno sea pésimo y los efectos deletéreos que ha producido en el país llevará tiempo y sufrimiento reparar, sino porque las personas que lo componen son venezolanos. Es decir, ahí hay gente que creció comiendo arepas, empanadas, cachitos, pabellón y hallacas; gente que ha escuchado gaitas en diciembre; gente que ha ido a Choroní o a Macuto o a Los Roques o a Margarita o a Puerto Ordaz o a Mérida; gente que ha llamado a otro “mi pana” y que ha usado incontables veces la palabra “chévere”; gente que, para bien o para mal, vio al menos un episodio de Radio Rochela o del Show de Joselo o de Sábado Sensacional; gente que ha leído El Nacional o El Universal; en fin, gente de mi país que ahora adopta la actitud del pendenciero, del que sólo quiere escucharse a sí mismo, del que no se detiene ante el ruego del Otro que prácticamente le suplica que cambie de rumbo porque lo está matando, del que cada día formula la amenaza aquella que bien resume Silvio Rodríguez “dame o te hago la guerra”, del que hace y hará todo lo que esté en sus manos para quedarse indefinidamente en el poder y desde allí no beneficiar a nadie (porque dar para garantizar un voto no es un beneficio, es un chantaje encubierto), en fin, del que se alegra porque aunque le va mal ve que su vecino está peor. Esos venezolanos, al menos para mí, son irreconocibles. Nada en mi historia personal me preparó para el surgimiento en mi país de personas así y por eso mi tristeza. Mañana serán las elecciones parlamentarias y esos venezolanos están haciendo todo lo posible para que ese proceso no se desarrolle en sana paz. Sus declaraciones son incendiarias, beligerantes, pendencieras, y se les hace fácil el vilipendio y la descalificación de sus adversarios políticos. Noticias y rumores de trampas ideadas por el gobierno nacional y por quienes lo siguen pululan por las redes sociales. Mi tristeza quiere creer que no son ciertas, pero esa misma tristeza y, sobre todo, los hechos, es decir, la terrible crisis actual del país, me persuaden de lo contrario. Ojalá todo salga bien. Ojalá los que han causado tanto daño admitan no que perdieron unas elecciones, sino que ya es hora de hacer algo para que los venezolanos vivan tranquilos y seguros, sin tanta riña ni tanto afán de defender una ideología que es como el algodón de azúcar: fuera de la boca tiene mucho volumen pero cuando lo pruebas inmediatamente desaparece.

4 de diciembre de 2015

6D


En 2009, cuando los cuestionamientos al gobierno nacional venezolano comenzaban a cuajar, los legisladores chavistas aprobaron una ley hecha a su medida. Se trata de la Ley Orgánica de Procesos Electorales. Allí, los chavistas redistribuyeron el peso electoral: la provincia, que tiene menos electores pero simpatizan con el chavismo, tiene mayores cuotas de curules en la Asamblea Nacional, mientras que las seis entidades donde reside la mayoría de los venezolanos y donde es mayor el número de opositores, tienen una cuota menor. El desequilibrio entre el número de pobladores y la cantidad de votos a elegir es evidente. Dicho en cifras: 52% del electorado (10.091.717) reside en 6 entidades (Distrito Capital, Zulia, Miranda, Carabobo, Lara y Aragua), pero sólo elige 64 diputados. Por su parte, 48% del electorado (9.412.389) vive en 18 entidades pero puede elegir 100 diputados. En este sentido, aunque la oposición ganara donde las encuestas han dicho y dicen que ganará, los chavistas, si siguieran manteniendo su voto duro, aunque son menos, tendrían siempre la mayoría de diputados en la Asamblea. Ya he dicho que esta distribución respondió en su momento a las zonas de influencia favorables al chavismo, pero de 2009 a 2015 ha pasado mucha agua por debajo del tenebroso puente chavista, y las promesas no sólo no se han cumplido sino que la situación actual de crisis es insostenible. Así que seguramente los votantes duros que viven en esas zonas “seguras”, ya se habrán ablandado porque la realidad se impone y a pesar de las amenazas, los regalos de última hora, el chantaje laboral, el rancio discurso de la izquierda paranoide que en lugar de actuar puede pasar años denunciando conspiraciones, etc., la valentía de los que quieren y necesitan un cambio se impondrá. Quedan unas cuantas horas para que ese truco legislativo (ideado tal vez por el ejecutivo) deje de surtir efecto y que los electores voten no por una burbuja ideológica sino por el bienestar que, luego de 15 años en el poder, los chavistas no han podido proporcionar.

7 de noviembre de 2015

Peligrosidad

Debido a mi dilatada ignorancia, hoy me enteré de la existencia de una condición jurídica que define y aplica el Código Penal Cubano. Me refiero a la figura de “Peligrosidad social pre-delictiva”. De acuerdo con el artículo 72 de ese código, “pre-delictivo” significa “proclividad” a mostrar comportamientos opuestos a “las normas de la moral socialista.” Confieso que el sinsentido de esta figura excede por mucho mi capacidad de compresión. ¿Cómo es posible que se encarcele a una persona que aún no comete un delito? En este caso, la presunción de inocencia hasta prueba en contrario se pasa por alto o, mejor dicho, se invierte: eres culpable incluso antes de cometer lo que aquí se considera un delito. Y digo “delito” pero lo que este código estipula es que el “pre-delincuente” es un inmoral, en el sentido de que, en potencia, no sigue las costumbres socialistas. Lo inconcebible es que no seguirlas sea considerado peligroso. En este sentido, el mundo está lleno de personas muy peligrosas o pre-delictivas. Además, huelga decir que la pre-delincuencia tiene una fuerte marca ideológica, y que esa marca favorece a las personas que se consideran socialistamente correctos; entre ellos, a los que gobiernan la isla caribeña. Estos últimos no son simpatizantes o seguidores, sino productores y re-productores de esa moral lo cual los coloca en una posición opuesta a la pre-delincuencia y a la peligrosidad. Aclaro que no estoy juzgando a ese gobierno que tanta gente estima. Simplemente, estoy derivando algunas especulaciones a partir de un término que me resulta la mar de extraño. ¿Existirá en Cuba la inocuidad social post-delictiva, es decir, esa condición moral en la que ya no es posible ser apresado ni cuestionado porque ya se cumplió la condena pre-dilencuencial y se ha dejado de ser peligroso?

6 de noviembre de 2015

Vida

Cuando un bebé nace todo cambia. No me refiero al desvelo de los padres, sino a que el mundo gana una nueva vida, una nueva promesa, y los que están cerca del recién nacido ganan alegría. Hoy nació una bebé cuyos padres estimo mucho y que se merecen estar contentos con esta su segunda hija. Felicidades.

24 de octubre de 2015

Corrupto

Acabo de ver un video de dudosa veracidad que, a pesar de eso, me resultó indignante. Una persona, que afirma haber sido fiscal de una república cuyo nombre ya no existe, confiesa que durante el juicio donde al final se condenó a más de una década de prisión a un activista político, hizo valer como verdaderas pruebas que eran falsas. Este fiscal arguye que sus actos fueron producto de presiones provenientes de sus superiores y de lo que él llama “el ejecutivo nacional”, i.e., el presidente de esa república. Exilado y protegido por un gobierno extranjero, el ex-fiscal sube a YouTube un video evidentemente casero y, además de su terrible confesión, advierte que si algo malo le llegara a pasar a él o a su familia, el responsable sería el gobierno que en otro momento le hizo cometer perjurio. ¿Por qué me resulta indignante? Porque este señor, con un tono entrecortado, una dicción maltrecha, una argumentación paupérrima y, a juzgar por su performance, un dominio casi nulo del derecho, era fiscal, es decir, era la persona que representaba y ejercía el ministerio público en los tribunales, pero al escucharla hablar uno no piensa en alguien con las competencias necesarias para administrar la justicia; todo lo contrario, nada en esa persona parece ni justo ni competente. Prueba de ello es que no tuvo la suficiente entereza moral para negarse a falsear la evidencia. No digo que tenía que salir al ruedo y denunciar la corrupción de los jueces y del ejecutivo nacional, sino que al menos pudo haber dimito: Prefiero renunciar a pervertir mi ministerio. Pero no fue así. Cedió a las presiones y el inocente ahora está en la cárcel. El fiscal corrupto sigue libre y, al menos en apariencia, no pagará por su crimen. Aclaro que la inocencia que atribuyo al condenado se basa en la declaración misma del fiscal: si tuvo que presentar pruebas falsas es porque no había pruebas patentes y, en consecuencia, no había delito que demostrar o no se podía demostrar que los actos del acusado en efecto eran punibles. ¿Cuántos elementos como ese seguirán activos en el sistema judicial de esa república? ¿Cuántas pruebas falsas estarán siendo ideadas por ese ejecutivo nacional? ¿Esas personas capaces de condenar a partir de pruebas falaces son dignas de gobernar un país?

2 de octubre de 2015

Zapata

Seis meses tarde me he enterado de la muerte de Pedro León Zapata. Había alcanzado ya los 85 años, así que no creo que me censuren si digo que tuvo una vida larga. No sé mucho de su biografía y jamás lo vi en persona. A Zapata lo conocí como figura cultural, como un hito de la historia del siglo XX venezolano, condensada en sus caricaturas. Con un tino que en muy pocos he visto, Zapata podía resumir en un dibujo y unas pocas palabras, acontecimientos realmente complejos de la vida nacional. Esa virtud seguro lo mantendrá en la memoria de sus compatriotas acaso por siempre, pero también fue la responsable de que resultara antipático a los ojos del poder. Desde mi punto de vista, esa es la más digna de las antipatías, la que se logra denunciando abiertamente los desmanes de quienes deberían procurar el bienestar de la sociedad y hacerlo despertando la hilaridad del público y al mismo tiempo su consciencia. Pero, aparte de su arista pictórica y de cronista de la actualidad, Zapata cuando hablaba demostraba ser también un humorista de primera, muy fino, muy agudo. Lo recuerdo en aquellos buenos tiempos de Rueda Libre; un programa radial realmente delicioso, que realizaba hacia el mediodía junto con Orlando Urdaneta y Graterolacho. Con su muerte siento que Venezuela pierde una mirada que siempre añadió una sonrisa a la sensatez. Sí, con Zapata muere un humor sensible y perspicaz en un país que cada día es más bruto, más circunspecto y más desgraciado.

29 de septiembre de 2015

Espejo

La figura de Cristo siempre me ha resultado atractiva y, sobre todo, intrigante. ¿Cómo no iba a llamar mi atención el hijo de un Dios? Por eso, digo por ser hijo de un Dios, no sólo hacía cosas extraordinarias sino que su comportamiento maravillaba y desconcertaba al mismo tiempo. Cristo era una persona que cuando quería podía caminar sobre la superficie del agua o multiplicar una hogaza de pan hasta dejar sin hambre a una multitud. También podía exorcizar a los poseídos y resucitar a los muertos. Hacer todo eso no era poca cosa, sin embargo lo que a mí me resulta prodigioso es su discurso, y cuando digo prodigioso me refiero a que hablaba como un humano normal y corriente ni lo hacía, ni lo hace, ni lo hará. Cristo era un orador divino en el sentido estricto de este adjetivo. Era un rétor consumado y su figura favorita era la parábola. Sus parábolas podían ser largas y elaboradas pero también podían ser breves y muy atinadas. Una de esas parábolas de bolsillo, acaso la más famosa, puede leerse en Juan 8:7. Unos fariseos encuentran a una mujer poniéndole el cuerno a su marido y, según la Ley de entonces (aparentemente, formulada por Moisés) ese tipo de falta debía castigarse con lapidación. Cristo, que no ignoraba la Ley, en lugar de cuestionarla o de decir que no la cumplieran porque era una Ley bárbara alejada de la idea de perdón, pronunció estas palabras: “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.” Esa frase, certera, completa en sí misma, es un comodín moral que resume cabalmente el sentido de la condición humana con arreglo a la ley en general. Cristo parece decir que hacer valer la ley, debe estar precedida por un examen personal. Si luego de ese examen se llega a la conclusión de que en uno no hay nada que merezca un castigo, entonces se puede exigir que se haga valer la ley. El problema es que Cristo creo que ya sabía que la dura prueba ético-reflexiva contenida en su frase, nadie la pasaría y nadie la pasa. De allí la dificultad de ser cristiano: ha de gastarse la vida en tratar de pasar esa prueba, es decir, de ser tan virtuoso, tan justo, que ninguna pena tenga que llegar a aplicarse. En este sentido la pecadora es importante no por lo que estaba haciendo, sino porque su pecado era el espejo de todos los que se creían justos.

26 de septiembre de 2015

Profetas

Hay una foto que ahora está circulando por las redes sociales que muestra a Fidel Castro de perfil, con la boca abierta, como si estuviera dando un discurso. La foto está acompañada por el siguiente texto: “Estados Unidos vendrá a dialogar con nosotros cuando tenga un presidente negro y haya en el mundo un papa latinoamericano.” Supuestamente (no tengo prueba de ello) estas palabras las pronunció Castro en 1973. Hoy, la situación es precisamente esa, hay un afrodescendiente en la Casa Blanca y el Vaticano está liderado por un argentino. La foto la vi en el muro de un amigo de Facebook. Yo, bromeando, dije que Castro era un profeta y un amigo de mi amigo parece que se tomó en serio mi comentario. Cito su intervención: “Tal como lo hizo Caifás en tiempos de Jesús, Dios se vale de cualquier persona para profetizar sus prodigios.” Para no provocar un conflicto con una persona que no está hablando conmigo, decidí expresar mi opinión aquí. Me hace gracia que alguien piense que Dios pueda utilizar a Fidel como profeta. Sin duda, es una muestra de cuán ciega es su fe. Sin embargo, según mi lectura, Castro no estaba haciendo de agorero, sino de sarcástico. Planteó una situación hipotética que, a la luz de su contexto y de su tiempo, no habría de suceder jamás. Dicho de otra manera, para mí, las palabras de Fidel significaban “Los norteamericanos nunca dialogarán con nosotros” o “Hablarán con nosotros cuando la rana eche pelos” o “hablarán con nosotros para las calendas griegas”. Curiosamente, y ahí tal vez Dios sí intervino, lo que se supone que no pasaría, está pasando. No solo hay un “negro” presidente y un latinoamericano papa, sino que ambos personajes ya han hablado con el ahora ex-presidente de Cuba. De hecho, todo salió al revés, porque yo nunca hubiera creído que Fidel llegaría a heredar su poder a otro cubano. En fin, sí, los caminos de nuestro señor son inescrutables y, por ello, casi nunca damos en el blanco cuando pretendemos comprender cuáles han sido sus decisiones.

28 de agosto de 2015

Poder

"La soledad tiene sobre mí un poder que nunca falla." (Franz Kafka, 26 de diciembre de 1910)

22 de agosto de 2015

Viento

Hay en nuestro idioma una locución que creo se dice poco pero se practica mucho. Me refiero a la locución ajar la vanidad de alguien, que significa “abatir su engreimiento y soberbia.” Esta no es, como pudiera pensarse, una acción vil; tampoco una afrenta. Es, al menos desde mi punto de vista, una lección de vida, una manera de atraer al destinatario hacia el mundo, un intento de sustraerlo de la insubstancialidad existencial en la que está sumido. Esta lección le va muy bien a los arrogantes, envanecidos y presuntuosos como yo. Y sin ánimos de seguir en la misma, haciendo un guiño lejano a Qohéleth, y viendo ya mi vanidad más que ajada, acaso la vida me esté diciendo que es hora de dejar de correr tras el viento.

5 de agosto de 2015

Utopía

Acabo de leer un texto firmado por Tomás Ibáñez que me ha resultado claro, evidente y ayuno de toda ambigüedad. Para mí es una presentación condensada del anarquismo; no del anarquismo que favorece el caos, sino del anarquismo que piensa posible un mundo sin Estado-nación. Yo suscribo esa idea y considero deseable que nos orientemos hacia una convivencia inclusiva, tolerante de la diversidad y desprendida de todo anhelo de poder. Utopía tal vez, pero, indudablemente, digna de alcanzar.

2 de julio de 2015

Opción

En Occidente se considera que el suicidio es censurable. Si uno ha de perder la vida que sea por causas naturales (v.g., vejez), por causas inevitables y ajenas a nuestra voluntad (v.g., una enfermedad terminal, un accidente) o porque un congénere así lo ha decidido (v.g., homicidio). Morir porque a uno le da la gana, eso no. Curiosamente, las organizaciones humanas que consideran que la vida es un valor que debe conservarse a toda costa, no generan las condiciones para que esa conservación se lleve a cabo de una manera óptima. Los sistemas de salud y de seguridad públicas suelen ser ineficientes, burocráticos, costosos y poco confiables, lo cual sigue dejando el suicidio como una opción.

Bucle

Debo ser una persona terrible porque cada vez que expreso una buena intención el Otro rápidamente considera que quiero todo lo contrario. Y lo peor de todo es que no puedo expresarla de otra manera, por lo que no logro convencer al Otro de que mi intención es buena porque no puedo sino usar las palabras con las que expresé la buena intención, porque no pueden ser otras palabras, así que el Otro sigue pensando que soy una mala persona y quedo atrapado en lo que llamo un bucle de injusticia. La imagen es la de esa persona que está atrapada dentro de una campana de cristal (como la de Plath), que ve a los otros pasar y les grita para que la ayuden a salir, pero esos otros, que no pueden escucharla, interpretan su desesperación como un acto cómico: la ven, sonríen y siguen de largo. A veces tengo la impresión de que Kafka es mi santo patrón.

Ornette

Enredado como he estado en la maraña de los sinsabores de la vida cotidiana, no me enteré de la muerte de Ornette Coleman. Ocurrió el 11 de junio de 2015, hace exactamente 17 días. Coleman tenía 85 años cuando su corazón ya no pudo seguir latiendo. Sin duda, un acontecimiento lamentable, aunque, al menos desde mi punto de vista, lo importante (asaz importante) fue su obra. Lo que Coleman legó a los músicos y a los melómanos no fue poca cosa. Mal quedaría yo si intentara hacer el florilegio de su herencia musical. Eso ya lo han hecho otros con innegable tino. Solamente quiero añadir un par de cosas. Cuando comencé a escuchar jazz, “Kind of blue” produjo en mí una especie de marca que se resume en la expresión “Así es como debe sonar el jazz”, pero más tarde, cuando escuché “The shape of jazz to come” esa expresión hizo un bucle parecido al que hace la Cinta de Möbius. Muchos años después, residiendo en Barcelona, quiso la vida y mis finanzas que asistiera a un concierto que Coleman dio en el Palau de la Música Catalana; específicamente, el 7 de noviembre de 2007. Fui solo y como no tenía a quien contar mi experiencia, caminé lentamente por la noche barceloní hacia la Plaza Urquinaona y de allí a la Plaza Cataluña y de allí a la Plaza Universidad y de allí seguí por la Gran Vía hasta la calle Casanova, donde vivía. Cuando llegué a la puerta de mi casa, no entré. Seguí de largo y fui al bar donde solía ir. Pedí la Carlsberg de siempre y sin decir nada a nadie bebí a la salud de ese hombre tan raro, tan libre, tan lúcido y, al mismo tiempo, tan loco. Paz a sus restos y que Dios le reserve un concierto en el Birdland Celestial.

7 de junio de 2015

Artista

Tarde he visto “The Artist” de Michel Hazanavicius. Seguramente, ya ha sido elogiada con suficiencia. Sin embargo, hoy quiero hacerlo yo. En estos tiempos dominados por el significante, hacer una película donde nadie habla o, mejor dicho, donde el uso de la palabra se reduce al mínimo y hacerlo con éxito, es una cosa rara. Confieso que postergué la experiencia porque tenía el prejuicio de que esa ausencia me generaría cierto aburrimiento. Ahora admito que fue una postergación tonta. The Artist no aburre en absoluto. Tiene un ritmo, un pulso anímico que impide “desconectarse” de la trama y de su estética en general. Además de las actuaciones y el plot mismo, la gran responsable de este rapto atencional es la música. Allí donde nadie dice nada, la música dice todo. En esta película, la música habla. Y su discurso es tan efectivo que entendemos cuando hay gracia y cuando hay desgracia. Yo incluso solté una lágrima llevado a ese punto por la melodía. De las muchas cosas que me resultaron atinadas y diferentes (aun para una propuesta nostálgica como esta) fue la fuerte presencia del amor, pero la ausencia de besos apasionados. Imagino que Hazanavicius, ya que se daba el lujo de prescindir de las palabras, también se dio el lujo de no optar por clichés expresivos. En fin, para mí, The Artist es una reivindicación del cine y verla es todo un lujo para lo que antes se conocía como espíritu.

Mejor

Siempre me resultó desconcertante que en Venezuela las elecciones, en el plano operativo, fueran gestionadas por la milicia. Dos días antes de los comicios, los centros de votación (casi siempre escuelas) eran tomados por contingentes militares que llegaban con las urnas y el material y equipo necesarios, pero también llegaban armados hasta los dientes. Si por casualidad (o por premeditación) alguien quería atentar contra la democracia, los soldados estaban listos para apresarlo o darle muerte ipso facto. El argumento de fondo era que los militares eran neutrales y por lo tanto podían defender el sistema con sus medios, es decir, con la fuerza y con las armas. Aun cuando era un argumento falso, estaba avalado por una base legal: la constitución nacional establecía que los militares estaban para defender los intereses de la nación y que para hacerlo no podían manifestar filiación política alguna ni ejercer el sufragio. Con la llegada de la “revolución bonita” eso cambió. Chávez decidió que los militares debían votar, no porque fuera un afecto a los derechos ciudadanos, sino porque era un militar de vocación y de formación y veía en sus compañeros un puñado de votos duros. Aún así, digo, aún a sabiendas de la evidente alianza entre el gobierno nacional y los milicos convertidos en borregos del comandante supremo, éstos siguieron gestionando el proceso. La diferencia es que lo hacían reforzando “la defensa” (llegué a ver tanques de guerra en la entrada de un centro de votación) y antes de votar eras cateado como si fueras un terrorista. Además, según cuentan, también se aseguraban de que el ganador no perteneciera a la oposición. Llegaron a subir videos de militares quemando urnas para que no fueran auditadas por los que denunciaban que se había practicado un fraude electoral. Hoy en México se llevarán a cabo unas elecciones y no he visto el gran despliegue militar que solía implementarse en mi país de origen. Hay cosas que es mejor no extrañar.

5 de junio de 2015

Última

¿Por qué la violencia sigue siendo violencia? Porque es positiva, es decir, no niega sino que reafirma la existencia. La violencia es una forma de insistir en el ser; para mí, la peor de todas pero la más fácil y recurrente. Conducirse guiado por otra cosa que la violencia es el camino de la virtud pero ¿a quién le interesa la virtud? ¿A quién le interesa esforzarse tanto? A nadie o a muy pocos. No es cierto que la mayoría de nosotros nos realizamos en la humildad. Todo lo contrario, la soberbia es nuestro pan de cada día. Por la boca sale el postulado de la virtud, pero por el acto concreto realizamos la violencia. Hacemos como si ya no hay nadie con nosotros, eso es ser violento; actuar como si no existiera el Otro, decía Levinas. Disculpen amables lectoras esta amargura de antelucano, pero estas palabras no son mías, son el producto (¿el residuo?) de haber tenido contacto con personas cuya forma de existir es, precisamente, esa: violenta. Esas personas abundan en mi país, incluso lo gobiernan, y allí se quedarán, en lo que de manera imprecisa llamamos “poder”, ejerciendo su violencia porque ella les da vida, porque mientras menos Otro, más ellos. Lo peor de no creer en el infierno que vendrá, es que se apresuran a construirlo en el presente a cada instante. Estos reproductores de infierno, estos violentos, mientras puedan acabar con los demás no se debilitarán. Son como aquellos personajes a quienes no les bastaba ser inmortales, se buscaban los unos a los otros para darse muerte porque la gracia de la inmortalidad era que sólo hubiera un inmortal, no varios. Y así creo que pasará en Venezuela. Llegará un momento en que los Otros, no muertos sino anulados como existentes, dejen de ser interesantes para los violentos y comiencen a devorarse entre ellos mismos hasta que sólo quede uno. Cuando eso suceda, cuando sólo quede uno, será el penúltimo día de la última violencia.

4 de junio de 2015

Nulo

Según el diccionario, moralismo significa “exaltación y defensa de los valores morales.” Es decir, el moralismo es la tendencia a poner en un lugar excelso todo aquello que determine o defina el grado de utilidad o aptitud de lo que consideramos bueno de hacer o del Bien en general. Esto se dice rápidamente, pero en la práctica supone una serie de complicaciones que la humanidad ha venido arrastrando desde que es humana. Un ejemplo reciente acá en México es la tendencia de ciertos intelectuales de izquierda a convocar una especie de boicot contra las inminentes elecciones federales, el cual consiste en anular el voto. No dicen “absténgase”, sino “fórmese y en lugar de elegir a alguien, diga que no elige a nadie.” Aquí, el convocante, apoltronado en su visión preclara de la vida política, le sugiere al lego obnubilado arrojar luces sobre la podredumbre del sistema deslegitimando una de sus formas predilectas de perpetuación: el sufragio o, si se quiere, la elección de representantes para que gestionen los asuntos públicos. ¿Por qué digo que es moralismo? Porque no presentan una alternativa. Me explico, cuando se tiene claro qué cosa es el Bien (anular el voto) la acción es un fin en sí mismo y lo propio de un fin en sí mismo es que opera como una solución de continuidad, esto es, cuando aparece, se interrumpe o clausura el flujo del sentido. Ninguno de los candidatos parece idóneo, entonces anule el voto y listo, resuelto el problema; se ha conducido usted con arreglo a la moral, es decir, apegándose a lo bueno de hacer y eso es suficiente. Pero mucho me temo que el moralismo está lejos de solucionar los defectos del sistema. Nulidad sin programa alternativo es un salto al vacío, no es un Bien en sí mismo sino una especie de barniz ideológico que se aplica a la realidad actual mientras se alcanza la utopía, es decir, un mundo bueno, donde habrá una homología de sentido entre el elector y el elegido tal que la apercepción analógica dará siempre en la diana y lo que el primero piense el segundo lo realice. En fin, el voto nulo es su propia nulidad porque está habitado por la tristeza de creer que no hay esperanza en la humanidad, y que para acceder al Bien el mayor valor es la ausencia de valor. El fantasma de Nietzsche extiende su sombra sobre este nuevo moralismo. 

3 de junio de 2015

Reír

Tenemos la idea, sin duda peregrina, de que las cosas que se dicen con cara seria son verdaderas. Si uno ve y escucha, por ejemplo, a Eugenio, pronto notará que sus historias, como él las llamaba, eran un chiste de punta a punta y que lo que más movía a risa era, precisamente, su circunspección, como si su meta hubiera sido no hacernos reír porque lo que estaba contando era serio y, por lo tanto, veraz; pero, como ya se sabe, las verdades no dan risa y tienden a ser tristes. Por supuesto que todo aquello que decía Eugenio eran inventos para excitar nuestra hilaridad. Si mal no recuerdo, Pepe Rubianes inclinándose un poco por la ironía, también hacía lo mismo. En Venezuela, un cultor de la seriedad especiosa fue Virgilio Galindo, mejor conocido como Ruyío. Uno de sus personajes más famosos se llamaba El Ciclón del Caribe: Ruyío, vestido de rumbero cubano y acompañado por un par de músicos interpretando un fragmento del “Lamento jíbaro” tal como lo tocaba El Gran Combo de Puerto Rico. Ruyío oponía al ritmo afro-antillano su seriedad mientras decía frases desternillantes que jugaban con el sentido, que trastocaban la idea de verdad y que, desde mi punto de vista, le daban un golpe de espejo a las cosas que decimos diariamente en serio pero que sacadas de contexto dan risa. Digo ahora todo esto porque hoy mi día ha sido duro, y por mi cabeza se ha estado paseando este consejo que tantas veces se ha formulado: Ríe por no llorar. Y yo agregaría: …porque tanta seriedad no puede ser cierta.

2 de junio de 2015

Sobrevivir

No sé si estoy más sensible de la cuenta o si mi sindéresis se ha ido de paseo hasta nuevo aviso. Sé, sin embargo, que siento una indignación y, al mismo tiempo, una impotencia difícil de explicar. Ya las lectoras habrán presentido que se trata de Venezuela, esa tierra que sin saber porqué está siendo arrasada por una combinación de estulticia ideológica y de crematística desaforada llevada a cabo por una porción muy pequeña, casi ínfima, de la población. Me refiero a sus gobernantes actuales. No tengo pruebas fehacientes de que ellos sean los causantes concretos de tantos males, sino comentarios que llegan hasta mí por personas cuya veracidad no considero posible poner en duda, porque el que sufre no miente. Venezuela es un país que casi está tocando fondo y el gobierno nacional no lo quiere admitir. Siempre maneja un discurso que califico de delirante. Las declaraciones de Nicolás Maduro y de sus seguidores parecen sacadas de un manual antiguo de evasión de responsabilidades públicas. Dicen cosas como “cachorros del imperialismo”, “fascistas”, “conspiradores”, “desestabilizadores”, para referirse a personas que están pidiendo no justicia social y seguridad (que ya es  necesario pedir), sino unas condiciones mínimas que permitan a la población SOBREVIVIR. Los venezolanos no tienen qué comer, no tienen medicinas, no tienen productos para el cuidado diario, no tienen manera de transportarse, están a merced del hampa que está armada hasta los dientes y las fuerzas de seguridad no pueden nada contra ella o forman parte de ella, y pare usted de contar. No se trata de grandes conspiraciones para derrocar un gobierno que es un fracaso, que sólo ha acicateado un descontento popular que había sido producido por viejas cúpulas políticas pero que ahora está siendo potenciado y perpetuado por una cúpula política nueva y, aparentemente, ineluctable; digo, no se trata de eso, se trata de SUPERVIVENCIA, de simple y pura SUPERVIVENCIA, sin plan, sin doctrinas, sin pentágono ni conjuras internacionales. Es un clamor popular que el gobierno no quiere ni oír ni ver, que algunos venezolanos obnubilados por el discurso de ese gobierno o silenciados y cegados por los privilegios que ese gobierno les da, tampoco quieren ni oír ni ver. Y lo que no ven ni oyen no es poca cosa, por ejemplo, en este mes de mayo se computaron 468 muertes violentas en Caracas. “En promedio fueron llevados a la morgue 15 cadáveres todos los días del mes”, dice El Nacional. O sea, los venezolanos no sólo no tienen qué comer ni cómo curar sus enfermedades ni cómo reparar su artefactos, sino que contra su vida también atenta, además del gobierno, una serie de personas armadas que matan así sin más. Cito parte de una crónica que acabo de leer en el mismo periódico:
Una de las víctimas de la violencia fue ‘B’, de 31 años de edad. Lo mataron a tiros durante una fiesta de 15 años en un inmueble de la calle 7 del sector Valle Alegre de La Vega. Su cónyuge dijo que le informaron sobre el crimen el domingo a las 2:30 am. La mujer, con seis meses de embarazo, no estaba en la celebración. Dijo que a la víctima le dieron tres disparos luego de discutir con otro asistente por razones que ella desconoce. En el tiroteo otra persona fue impactada por un proyectil en un pie. ‘B’ y el otro herido fueron trasladados al hospital Miguel Pérez Carreño en un vehículo de uso particular. ‘B’ era obrero.

Pudieran llenarse páginas enteras de historias como esa y todavía el gobierno sigue firme, con una venda en los ojos y las manos en los oídos repitiendo como letanía: No pasa nada, no pasa nada, no pasa nada. Pero algo tiene que pasar, algo bueno que regrese la alegría a los venezolanos. Ojalá sea pronto.

30 de mayo de 2015

Nunca

No recuerdo quién decía que para escuchar mejor hay que cerrar los ojos. Yo casi siempre lo hago (cuando estoy en casa) y no sé si escucho mejor, pero sí hay un doble juego de disfrute que consiste en sustraerme del “mundo real” y en sumarme al “mundo de la pieza” que estoy escuchando. El problema (siempre hay un problema), es que se refuerza la soledad de quien escucha. Nadie participa de mi experiencia. Yo y mi música en una isla desierta. Por lo general, ejerzo ese ensimismamiento, pero a veces me dan ganas de no cerrar los ojos, de escuchar en compañía y compartir lo que voy sintiendo y lo que el Otro va sintiendo. Nunca pasa.

28 de mayo de 2015

Golf

En el fondo, las izquierdas son una. Hace ya un buen tiempo, el finado Hugo Chávez, el izquierdista del siglo XXI, tomó una decisión rara: expropiar campos de golf. Su argumento era más o menos este: es mucho terreno en manos de la oligarquía y allí se pueden construir viviendas para el pueblo. La medida creo que no llegó a buen fin, pero no es el caso de abundar en detalles. Recuerdo este episodio porque acabo de leer una nota en cuatro.com que dice esto: 
“¿Se van a terminar las ayudas al deporte desde los Ayuntamientos de Madrid y Barcelona? Las primeras declaraciones de Ada Colau y Manuela Carmena van en este sentido. Ojo al futuro de la Fórmula 1 en Barcelona y al Club de Golf del Club de Campo en Madrid. ¡Esto han dicho!”  
Aclaro que entre ese deporte (el golf) y yo hay una distancia enorme, pero su existencia así como la existencia de las personas que lo practican, no me molesta. No veo porqué la primera medida de un gobierno populista (i.e., un gobierno perteneciente o relativo al pueblo) tenga que ser atacar una actividad de solaz propia de la llamada clase alta. Estoy seguro que en la lista de cosas por resolver y de planes por diseñar y medidas por implementar, el golf no es en modo alguno una prioridad (ni para que se vaya ni para que se quede). Sin embargo, creo que la fuerza simbólica de apuntar a ese lejano deporte es una tentación demasiado grande para las personas que se están estrenando en el ejercicio del poder. Ojalá el cambio en España no se pierda en el efectismo psicopolítico, y se oriente hacia asuntos más urgentes. El pueblo lo espera y se lo merece.

27 de mayo de 2015

Justicia

La noción de justicia es rara; muy rara. Todos tienen una idea más o menos clara de lo que es, pero pocos saben ponerla en acto. Esto en el mejor de los casos, porque, por lo general, cada cual asume la definición que más le conviene. Algunos grupos humanos cuando parece que han llegado a un acuerdo sobre qué es justo y qué no, al intentar concretarlo, fracasan. Las personas tienden a experimentar sentimientos de insatisfacción y el ciclo comienza de nuevo, es decir, se re-define lo justo y así indefinidamente. El resultado es que la justicia se convierte en una meta eterna, algo por lo cual vale la pena luchar pero que bien sabemos que nunca se podrá alcanzar.

20 de mayo de 2015

Salir

Antes, cuando la inteligencia me servía para muy poca cosa, pensaba que escuchar canciones en un idioma que uno no domina era un desperdicio estético, incluso una especie de traición a la lengua materna y, en mis momentos más recalcitrantes, un gesto de genuflexión ideológica ante la fuerza del imperio yanqui. Obviamente, estaba equivocado. Aunque uno no entienda, la voz es también un instrumento, y se la puede escuchar sin prestarle atención al significante en cuanto tal. De hecho, creo que la mayoría de los castellanohablantes que gustan del pop anglosajón no tienen idea de lo que sus cantantes favoritos dicen, pero disfrutan un montón de sus canciones. Esto indica que no es necesario saber qué se dice para disfrutar de lo que se canta. Es un poco como la diferencia entre el músico y la persona que no sabe nada de música. El primero, conoce los pormenores técnicos de lo que escucha; el segundo, no. Sin embargo, cada uno a su manera, lo pasan bien escuchando las melodías, los ritmos, etc. En ese sentido, somos como los niños que aún no saben hablar cuando escuchan a los adultos hablar. El caso es que acabo de escuchar de punta a punta el nuevo disco de Mimi Terris, joven cantante sueca, y sin haber entendido ni una sola palabra de las que salieron de su boca, acabé encantado. Acompañada por una banda estupenda (cuyo trompetista, Mårten Lundgren, por cierto, suena un poco como Wynton Marsalis), Mimi canta al ritmo que le pongan y lo hace muy bien. No sé por qué, sus canciones me ponen de buen humor. Espero que en la vida real no sean trágicas. En fin, recomiendo ampliamente este trabajo, bien cuidado y bien grabado. Ah, el disco se llama “Flytta Hemifrån”, que según el traductor de Google significa “Salir de casa”. A salir.

12 de mayo de 2015

Gotas

Por lo general, evito leer noticias de Venezuela. La razón no es ideológica, sino terapéutica. Leerlas me enferma, así que prefiero cerrar los ojos y mantenerme sano. Sé que muchos considerarán que es una decisión cuestionable, incluso cobarde, pero para algunas cosas que afectan la existencia la cobardía es más adaptativa que la valentía. No obstante, a pesar de mi determinación, de vez en cuando leo algo; igual me enfermo, pero me aguanto. Hoy vi tres notas que me resultaron realmente decepcionantes y más cuestionables que mi ceguera autoimpuesta. Una fue publicada por el diario El Nacional, otra por un sitio web llamado La Patilla y la tercera por otro sitio web llamado Ríete del Gobierno. La primera fuente se supone que es seria; las otras, no. Aunque ya se sabe que hay chistes cuya seriedad excede cualquier rigor científico o periodístico. La primera noticia, pues, va de esta suerte: Un psiquiatra afecto al gobierno de Maduro afirma, en el canal de televisión del gobierno, que existe una guerra de memes en contra de Nicolás Maduro orquestada por las grades corporaciones internacionales.  En la segunda noticia, el presidente de Venezuela afirma que las largas filas para comprar alimentos son producidas por infiltrados (sic). Y en la tercera el vicepresidente de Seguridad y Soberanía Alimentaria, Carlos Osorio, declara lo siguiente: “Si en Venezuela no hubiese comida, no hubiesen estas colas que tenemos aquí. No tuviésemos toda esa gente volcada en estas instalaciones. Esta es la mejor demostración que podemos realizar.”  He aquí un combo compuesto por 1) incompetencia profesional, 2) estupidez supina y 3) cinismo extremo que casi produce arcadas. No imagino a los corporativistas diseñando una guerra de memes para atacar a la triste figura de Maduro, cuyo único logro ha sido convertirse en una especie de epígono devaluado de su héroe personal. Es más, en cuanto a memes, Maduro no le llega ni a los tobillos a la Rana René. La segunda respuesta es típica del delirio de denegación que sufre el personaje de marras. Cada vez que ve algo que se opone palmariamente a la idea que tiene de realidad, inventa una conspiración. En este caso la invención raya en el absurdo. Me cuesta pensar en una figura cuya función sea generar largas filas (por decirlo de una manera simple) y con ello derrocar a un gobierno que se define a sí mismo como aguerrido, que todo lo hace pensando en dos posibilidades: vencer o morir, etc. Suponiendo que esa figura existiera y la denuncia de Maduro tuviera fundamento, ¿no sería ridículamente chistoso que unos hacedores de filas artificiales desestabilizaran el sistema? ¿no sería una desgracia para la dignidad de los funcionarios gubernamentales tener que admitir que algo tan simple como varias filas de personas esperando para comprar algún producto de la canasta básica genere tal desasosiego en su máximo líder vivo? (el máximo líder muerto es Chávez). La última declaración también forma parte del mismo delirio de denegación combinado con la lógica ingenua según la cual se puede considerar que la positividad y la negatividad son equivalentes. Aunque en realidad cuando leo las palabras de Osorio pienso en la olla de oro al final del arcoíris, en pie grande, en el monstruo del Lago Ness, etc. Es decir, la declaración de Osorio se puede aplicar a esos casos: La olla de oro existe porque todavía sigue saliendo el arcoiris; pie grande y el monstruo existen porque todavía hay gente que los busca. Lo mismo puede decirse de los fantasmas, incluso de Dios, i.e., diría Osorio: “Todas esas personas que van a misa no hacen sino demostrar que Dios existe.” No sé, Venezuela va de mal en peor y las personas que la gobiernan, responsables directos e indirectos de la crisis actual, quieren seguir gobernándola sin cambiar para bien. Se trata de la política de la erosión, donde el pueblo es la dura piedra y las gotas que la desgastan provienen de la cornucopia de desaguisados que comete ese gobierno.

10 de mayo de 2015

Sintonía

Uno de los responsables involuntarios de mi gusto por el jazz fue Jack Braunstein, productor y locutor de un programa de radio llamado El idioma del jazz que se transmitía por la Emisora Cultural de Caracas FM 97.7 cada domingo de 6 a 7 de la tarde. Inútil decir que no me lo perdía por nada del mundo, aun cuando las condiciones técnicas para escucharlo eran más bien precarias. La señal de la emisora llegaba a duras penas hasta las montañas de mi pueblo, y para captarla ataba a la antena de la radio una antena adicional extraída de otro aparato. Esta extensión permitía que llegara hasta el techo donde hacía contacto con una viga de metal. En mi ignorancia, creía que ese contacto era fundamental para que la señal fuera recibida. Una vez que la captaba, no debía mover para nada la antena. Desgraciadamente, mi artilugio hacía que el aparato fuera más sensible a eventos electrostáticos más cercanos. Uno de ellos era la máquina de coser de una de mis hermanas. Era costurera, así que la usaba todo el tiempo. Cada vez que accionaba el pedal eléctrico, se escuchaba la máquina en forma de un espantoso ruido que anulaba las ondas de la frecuencia modulada. Yo le rogaba que de 6 a 7 se tomara un descanso, pero a veces se le olvidaba y entonces me encontraba en el dilema de tener que perderme parte del programa para pedirle de nuevo que dejara de coser o quedarme a escuchar el programa a pesar de las terribles interferencias de su artefacto. Con todo, recuerdo aquel tiempo con cierto romanticismo y, precisamente, esa nostalgia es la que ha provocado esta nota. Hace un par de días comencé a ver Whiplash, la laureada película de Damien Chazelle. Durante los primeros minutos el terrible profesor Terrence Fletcher le pide a los miembros de su banda que interpreten un tema que se llama precisamente como la película. Al escuchar los primeros acordes me pasó como a Anton Ego cuando probó el ratatouille de Rémy. ¿Por qué? Pues porque resulta que Whiplash era el tema con el que comenzaba y acababa El idioma del jazz. Era, pues, su “sintonía”, es decir, el fragmento musical que aparece siempre al inicio y al final de un programa radiofónico y que lo identifica. La verdad, siendo yo un tanto curioso, no entiendo por qué nunca mostré el más mínimo interés en averiguar ni el nombre de esta sintonía ni quién la interpretaba, hasta ese momento que la reconocí. Gracias a internet pude enterarme que el tema fue compuesto por Hank Levy, y la versión que escogió Braunstein para su cortina pertenece al disco Soaring del trompetista norteamericano Don Ellis, grabado en 1973. Porque a veces la vida es buena, la grabación original de Universal fue remasterizada a 192kHz/24BIT por MPS (Most Perfect Sound) y subida a la red en Free Lossless Audio Codec por una persona muy generosa para regocijo de gente como yo. Confieso que no se trata de un tema que me guste como los que me gustan, pero el peso que tiene en mi historia personal excede mi gusto, y ya lo he escuchado varias veces por el puro placer de recordar aquellos tiempos de tanta carencia material pero de mucha riqueza estética.

9 de mayo de 2015

Tradición

Las pocas personas que me conocen saben que no soy afecto a los nacionalismos, y que la idea de patria me parece un desperdicio psicosocial. Sin embargo, pienso que hay cosas que nacieron en un territorio específico, que con el paso del tiempo cristalizaron y que merece la pena conservar. No digo conservarlas sin modificación, sino sumando cambios alrededor de una especie de núcleo de sentido que permite reconocerlas tal como eran. Esto que digo de un modo más bien confuso, creo poder aclararlo con una anécdota. Cruzaba hace un par de días el zócalo de la ciudad donde vivo. Unos veinte jóvenes vestidos de blanco ofrecían un espectáculo de capoeira. Los vi y, aparte de desconcertado, me sentí nacionalista; claro, un nacionalismo espurio porque no soy mexicano. Aquellos muchachos  que evidentemente habían nacido en México, bailaban, hacían acrobacias y cantaban en portugués y yo pensaba ¿Qué les pasa? ¿Acaso no hay en México un fondo cultural suficiente que les atraiga y que despierte en ellos el deseo de cultivarlo? Claro que hay, pero prefieren practicar algo que no pocos brasileños practican. No quiero arriesgar aquí ninguna conjetura, pero sí podría presentar un ejemplo: Lila Downs. Esta mujer, mezcla de mexicana y norteamericana, se ha dedicado a expresar en su música una serie de tradiciones mexicanas y, al mismo tiempo, lo ha hecho fusionándolas con recursos musicales muy actuales. Uno la ve y la escucha y todo es tan mexicano que apenas si nota que la base rítmica es colombiana, o norteamericana, o cubana, etc. No sé, estaría chido que los jóvenes mexicanos de hoy, además de practicar capoeira, se acercaran a gente como Downs, siguieran sus pasos o, mejor aún, inventaran un arte de movimiento basado en su música y, sobre todo, en su actitud hacia este bonito país por donde ya circula parte de mi sangre.

18 de abril de 2015

Decepción

Billie Holiday, si su vida no hubiera sido tan tortuosa, este año 2015 estaría cumpliendo 100; edad que según los amantes del sistema decimal es muy digna de celebrar. De hecho, ya varios cantantes han grabado su homenaje a Lady Day, como la apodaban no sé por qué. Esa mujer, muy desafortunada en cuestiones de amor, hizo suya una de las canciones más tristes que se puedan escuchar: Good morning heartache, es decir,  Buenos días, dolor de corazón, que fue compuesta por Irene Higginbotham. Esta Irene fue una compositora muy prolífica pero poco o nada reconocida en su tiempo debido al color de su piel; desgracia de algunos humanos (no la de tener la piel de un color particular, sino la de creer que esa diferencia es substancialmente negativa). Dentro de esta proliferación de piezas, quiero hablar de una en particular. Se llama This will make you laugh, i.e., Esto te hará reír. No menos triste que Good morning…, aquí Miss Higginbotham condensa en unos cuantos versos la historia de una decepción amorosa. La transcribo a continuación, sólo para que sepan de qué estoy hablando y sin ánimos de despertar los escrúpulos de los policías del copyright:

This will make you laugh,
I staked my dreams on you.
This will make you laugh,
They never did come true.

I took a chance on the one romance,
I vowed it couldn't miss.
But I should have known to never judge,
A heart borrowed kiss.

This will make you laugh,
I once believed in you.
And for all my love,
You didn't see it through.

Of all the fools, I break the rule.
I love you still you see,
This will make you laugh,
But it's not funny to me. 


Hay palabras que juntas son memorables, pero el sentido que esa junteidad produce lo es aún más. Esta mujer (quiero pensar que la protagonista es una mujer) le dice a un hombre a quien ama profundamente: Aposté que contigo todos mis sueños se harían realidad, y no fue así. Me arriesgué y juré que no me equivocaría, pero debí saber que no se puede hacer eso sobre la base de un beso dado por un corazón prestado. Y así sigue y la imagino vertiendo gordas lágrimas que bajan lentamente por sus mejillas. Al final, cansada ya, reconoce que es más tonta que cualquier tonta y que sigue enamorada de aquél que nunca supo ver a través de su amor; cosa que tal vez haga reír al ingrato, pero que a ella no le resulta nada gracioso. Dios dé un guiño de paz a Irene Higginbotham, a quien nadie celebra.

13 de abril de 2015

Ayuda

La mejor ayuda es la que te hace ver que sólo tú puedes ayudarte haciendo cosas que te ayuden.

Dibujaba

Siendo yo un adolescente, ejercí la afición por el dibujo. Incluso estudié formalmente dibujo técnico. Siempre que podía, invertía mi tiempo en observar una imagen y tratar de re-presentarla sobre el papel. Mis técnicas no eran sofisticadas. Usaba lápiz y bolígrafo, y si se trataba de asuntos geométricos, usaba compás, reglas, escuadras y fijaba el papel a la mesa con cinta adhesiva. Poco a poco esa costumbre se fue apagando, y dibujar se redujo a trazar garabatos en los márgenes de los cuadernos durante mis largas horas de clase. Recientemente, descubrí un software que despertó mi vieja afición de su largo letargo. Ahora el ocio, cuando lo tengo, lo invierto en combinar vectores sobre la pantalla. Esta mañana, leí un texto escrito por Andreu Buenafuente, el comediante catalán que, dicho sea de paso, también tiene muy buena pluma. El texto era una especie de apología del dibujar. Con una precisión y sinceridad que es rara en nuestros días, Buenafuente confiesa su inveterada afición por el dibujo y cómo, por cosas del azar, acabó reuniendo sus obras en un libro de reciente aparición y cuyo nombre es digno de su autor: No entiendo nada. Así comienza su crónica: “Tengo un vicio (confesable) que es el de dibujar en todas partes a todas horas y en todas las condiciones posibles. No sé cuando se metió en mi cabeza esa obsesión, la verdad es que no me acuerdo muy bien.” Y así acaba: “Nunca dibuja uno lo suficiente. Por suerte.” Un olvido y una promesa de continuidad. Así es el arte y doy a Buenafuente las gracias por vindicar esta actividad que a veces parece tan insustancial, pero que para algunos es vital.

27 de marzo de 2015

Falta

Acabo de actualizar que no he leído (no por ignorancia, sino por postergación) The life and opinions of Tristram Shandy, gentleman. sentimental journey through France and Italy. Comenzaré lo antes posible porque las faltas son muchas y para repararlas el tiempo es poco. 

Ríos

Cuenta Cunqueiro que antes, cuando alguien estaba afectado por la melancolía, algunos boticarios recetaban ver pasar un río; otros, más prácticos, recetaban escuchar el rumor que hace la corriente mientras baja al encuentro del mar. El Dr. Laurentius, por ejemplo, recetaba tramos de ríos específicos y si el afectado no tenía río cerca o no podía viajar a Inglaterra, Gales o Escocia, le invitaba a su jardín donde había hecho instalar un sistema fluvial completo, con corrientes rápidas y corrientes lentas que se adaptaban a toda la variedad de dolencias melancólicas. Si supiera su dirección, le pediría una cita para la próxima semana.

Sin

«Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.» 
(Julio Cortázar)

Lupa

Cuando uno piensa en Diógenes tiende a concluir que no tuvo éxito porque lo que buscaba no existía. Yo pienso que no era un problema de inexistencia, sino de mal funcionamiento de la lámpara o, tal vez, que en lugar de una lámpara debió haber utilizado una lupa.

Piezas

Porque mi ánimo de hoy así lo exigía, escuché de cabo a rabo el disco más reciente de Nate Wooley, Battle Pieces [Piezas de batalla]. Siete temas complejos interpretados por Wooley (trompeta), Ingrid Laubrock (saxofón), Sylvie Courvoisier (piano) y Matt Moran (batería) que te dejan raro. Aunque esta música no tiene nada de tropical, me hace pensar en las raíces del mangle, pero vistas a través de las aguas turbias de un río que se desplazan irregularmente corriente abajo. Y ya que estaba en eso, seguidamente escuché un par de temas del Wadada Leo Smith’s Golden Quartet (Wadada Leo Smith, trompeta; Anthony Davis, piano; Malachi Favors Magoustous, bajo y Jack Dejohnette, batería). Aun cuando la música de este cuarteto es igualmente compleja, me hizo recuperar la sustancia. Diría que me recompuso. Curiosamente, por cuestiones del orden alfabético, al terminar el tema de Wadada, sonó uno de Warren Wolf, es decir, algo ubicado en el otro extremo de la coherencia musical. Todo en orden, todo melódico, todo rítmico y ahora estoy de mejor humor.

25 de marzo de 2015

Mood

En 1987 mi afición por el jazz estaba ya consolidada, pero mis posibilidades de acceder a las grabaciones seguían siendo muy limitadas. Dependía casi por completo de un programa de radio llamado El idioma del jazz, que sólo era transmitido los domingos a las 6 de la tarde. Religiosamente, me sentaba cada semana a esa hora a escuchar lo que el locutor seleccionaba y, sin poder evitarlo, mi gusto fue moldeado por sus preferencias. Este locutor, llamado Jacques Braunstein, que Dios lo tenga en su gloria, de vez en cuando hacía referencia a los discos más populares del momento. Uno de ellos fue The power of three, un concierto realizado por Michel Petrucciani, Jim Hall y Wayne Shorter en el marco del Montreux Jazz Festival. Braunstein tenía como norma no poner más de dos temas de un mismo disco, así que yo me quedé con las ganas de más. Cierto día revisando en una discotienda de Caracas, encontré el disco en cuestión. Emocionado, revisé mi bolsillo y tenía justo el dinero para comprarlo y regresar a mi pueblo, aunque del centro tendría que subir caminando a mi casa porque ya no tendría para el pasaje; tampoco para el pasaje de la discotienda a la terminal. Con todo, decidí comprar el disco y caminar media ciudad hasta el bus y luego medio pueblo hasta mi casa. Recuerdo que llegué de noche, atravesando rápidamente la niebla por temor a toparme con uno de los varios fantasmas que eran habituales en el selvático y curvilíneo camino a casa. Llegué y no cené. Puse el disco, saqué mi baraja y lo escuché mientras jugaba solitario (que era mi rito de entonces). Recuerdo que se me salieron las lágrimas cuando escuché In a sentimental mood, y que no hacía más que desear haber estado allí, en Montreux, escuchando a aquellos señores. Los años pasaron y aún hoy sigue siendo uno de mis discos favoritos. Hace un par de horas lo escuché nuevamente y decidí escribir esta nota nostálgica y sentimental, en homenaje a aquel sacrificio estético que ahora veo no como una locura sino como un acto de valentía emocional. No siempre triunfa la economía.

24 de marzo de 2015

Confirmación

Hace poco asistí a una conferencia dictada por un investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, a quien aprecio mucho. No recuerdo bien el nombre de la conferencia, pero el tema central era la religiosidad relacionada con el miedo. Específicamente, el conferencista hablaba de esa relación tal como la manifestaban algunos jóvenes del Distrito Federal. Dijo muchas cosas interesantes y bien fundamentadas, pero una de ellas me dejó pensando. Según los resultados de su trabajo, los jóvenes mexicanos además de actuar con arreglo a sus creencias religiosas, también tienden a ser conservadores. El resultado, he de confesarlo, no me desconcertó.

Tigre

Lo que comúnmente se conoce como el juego de la democracia no es ni lúdico ni democrático. Todo lo contrario, es una amalgama de asociaciones cuyas formas de establecimiento y funcionamiento tienden a ser ininteligibles para los que no formamos parte de ella. Sobre todo, en esa amalgama, predomina la asimetría relacional: nadie interactúa con el otro sobre la base de la equidad y la transparencia. Casi siempre, la relación se basa en el poder y las alianzas que las partes ponen sobre la mesa (cuando hay mesa y cuando ponen algo, porque, por lo general, se actúa a espaldas de quienes luego serán afectados). Acaso por eso las personas que no están adentro suelen construir teorías de la conspiración, es decir, un conjunto de enunciados aparentemente coherentes sobre cómo los actores operan en esa amalgama, pero con pruebas dudosas, poco plausibles y, en ocasiones, delirantes. A veces, esas teorías atribuyen a los amalgamados, por llamarlos de alguna manera, una perspicacia, eficiencia e infalibilidad extremas. Dicen los teóricos de la conspiración que los amalgamados son súper-inteligentes, archi-eficientes y extra-precisos. Paradójicamente, estos mismos teóricos, cuando revelan sus teorías, también sugieren o afirman tajantemente que los amalgamados son todo lo contrario, y presentan sus argumentos siguiendo una lógica como esta: Son tan listos que dejan cabos sueltos que cualquiera puede atar; son tan eficientes que tienden a no acabar lo que emprenden; tienen tanto tino que casi nunca dan en el blanco. Todo falaz, pero cala en el oído sediento de coherencia y desalentado por tanta incertidumbre, es decir, en el oído del pueblo. En efecto, mucha gente espera y admite sin suspicacias las teorías de la conspiración. Les llegan como una especie de Epifanía discursiva y las adoptan inmediatamente. Esta recepción positiva va acompañada de la entronización del teórico, por lo general un periodista, quien es visto como un adalid de la información, una persona arriesgada, valerosa, veraz, oportuna, sincera, defensora de los desposeídos y digna heredera de la lámpara de Diógenes pero en sentido negativo, es decir, no busca hombres honestos sino malhechores de cuello blanco. Innecesario decir que los amalgamados odian a esos teóricos, quienes a su vez interpretan el odio como una prueba irrefutable de la veracidad de sus teorías. Esto último también se basa en otra falacia: Si no fuera cierto, entonces no harían nada, porque el que no la debe no la teme. El problema es que para el teórico, no hacer nada no significa inocencia, sino acecho, es decir, el otro se sabe descubierto y se está preparando para atacar. Y a veces lo hace, pero es la peor de las estrategias. Porque el ataque también es considerado confirmatorio de su culpabilidad y porque activa el dispositivo de la victimización. El teórico pasa de ser el que denuncia, a ser aquel a quien le han coartado la libertad de expresión. El resultado casi siempre es el mismo: el teórico sale repotenciado y victorioso de la censura y el amalgamado sigue en lo suyo con una raya más en su piel de tigre.

22 de marzo de 2015

Error

Nadie es perfecto. Vieja frase que resume una gran verdad y que acaso sea una de las excusas más usadas por la humanidad. Cuando alguien comete un error y ya no tiene argumentos que justifiquen su falta, siempre queda apelar al carácter falible de la especie, es decir, admitir que, de manera general, al actuar tendemos a alejarnos inevitablemente de la eficacia plena. Aunque lo interesante no es admitirlo, sino asumir que la admisión implica que el Otro automáticamente comprenda la falta y la perdone. He dicho “comprenda la falta”, pero en realidad lo que se espera es que la falta se pase por alto porque se debe a un resultado inevitable, a un producto propio del género. En nuestro caso, pues, equivocarse es un rasgo fatal. Errar es de humanos, dicen. Sin embargo, estos mismos humanos cuando el Otro falla, se aprestan para la censura cuando no para el castigo más severo que se les ocurra. Acaso esto también pertenezca a nuestra naturaleza, tender al error y al mismo tiempo no tolerarlo. Hace poco estuve en una reunión a la cual asistieron personas que, al menos en teoría, forman parte de una de las instituciones más cultas del país. Uno supone que esa pertenencia implica que se trata de personas igualmente cultas o, en todo caso, que han sido tocadas por parte de la cultura que define a esa institución. Si bien durante buena parte de la reunión predominó la cortesía y el apego al orden del día, llegó un momento en que esa cultura se fue al garete. Los asistentes asumieron que alguien había cometido un error y que eso era imperdonable o, en todo caso, que el perdón llegaría sólo si remontándonos al pasado cambiáramos el error por un acierto. Es decir, sólo estaban dispuestos a perdonar y comprender el error si éste no se hubiera cometido. Aunque el razonamiento es evidentemente falaz, esas personas se mantuvieron en sus 13 hasta al final. Pedían la cabeza de la persona que estaba al mando en el momento del error, considerando, según la misma lógica falaz, que era responsable por todos los errores cometidos por las personas a su cargo y por todo el mal funcionamiento de los artefactos que esas personas manipulan, así como también de las instalaciones que ocupan; un poco como si en el país hay violencia, la culpa es del presidente. Confieso que no podía dar crédito a todo lo que escuchaba; específicamente a las exigencias que, palabras más palabras menos, eran estas: 1) Queremos que el pasado no sea como fue; 2) Si los que cometieron el error en el pasado, toman medidas para que en el futuro no vuelva a ocurrir, no confiamos; 3) Sólo confiaríamos en las medidas tomadas por personas que no cometieron ese error; 4) Si hay expertos en la definición de las medidas preventivas, tampoco confiamos en sus competencias a menos que nos dejen supervisarles, aun cuando no seamos expertos; 5) Las medidas que nos presentan los expertos no son de fiar porque pensamos que mienten basándonos en el siguiente razonamiento: mientras se cometía el error no informaron ni veraz ni oportunamente, así que ahora es demasiado tarde para ser oportunos y veraces; 6) Suponiendo que no hay más remedio que aplicar las medidas que proponen las personas en las que no confiamos, creemos que los errores se volverán a cometer aunque por otro medios. ¿Cuál sería pues la solución? Ninguna o en todo caso extender indefinidamente la queja porque las cosas no fueron como esperábamos que fueran y porque no presentan la solución que queremos, es decir, repito, aplicar una solución retrospectiva, cosa que sólo lograría el Sr. Peabody y su máquina del tiempo si no lleva consigo a Sherman, que es demasiado humano y siempre comete errores. Ya para cerrar porque la nota se está alargando más de la cuenta, he de decir que esta tendencia a retrogradar me desalienta sobremanera. Que personas aparentemente cultas no sean capaces de ver que el Otro admite haber fallado y que está tomando medidas concretas de rectificación, me parece un resultado que no lleva sino al sargazo de la irresolución. Que esas mismas personas se inclinen más por el linchamiento que por la justicia racional y constructiva, me parece aún peor. No es esa la vía para construir un mundo común, sino un archipiélago de intereses particulares.

17 de marzo de 2015

11 de marzo de 2015

Transpolítica


En noviembre de 1997 dije lo siguiente (¿tendrá alguna vigencia?): Vivimos un tiempo en el que poco se duda para diagnosticar la muerte de cualquier objeto de cultura. Así que de alguna u otra manera nos las arreglamos para seguir existiendo con el cadáver de la historia, por ejemplo. […] En este sentido, la muerte de lo político no se ha hecho esperar. Asistimos al momento de clausura por mortandad de los consabidos metarrelatos («emancipación progresiva de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o catastrófica del trabajo […], enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la tecnociencia capitalista», etc. [Lyotard, 1992: 29]) y asistimos a la apertura por emergencia de los procesos transpolíticos. Para nadie es un secreto que los partidos políticos, factores claves de concreción de la democracia representativa, han suprimido de su espacio de interés al cuerpo vivo de los representados. Los asuntos de la política deben desarrollarse ahora ante «la forma vacía de la representación», allí de donde «ha sido expulsado cualquier público real en tanto que susceptible de pasiones demasiado vivas» (Baudrillard, 1991: 89) y se ha preferido la figura del sondeo y la campana de Gauss. Parafraseando a Baudrillard (1991: 89): es como si una federación política internacional hubiera suspendido al público por un período indeterminado y lo hubiera expulsado del partido. Así funciona nuestra escena transpolítica: la forma transparente de un espacio público del que se han retirado los actores, la forma pura de un acontecimiento del que se han retirado las pasiones. Acaso las únicas pasiones políticamente vivas hoy día sean las del condominio y la abstención electoral, trazas del hiperindividualismo postmoderno, objeto-pánico del ideal democrático.

Chisme

En el año 1999, dije esto: «En la figura del chisme, un sujeto, discursivo por excelencia, elabora un mundo en apariencia coherente a partir de un signo mínimo del Otro y un signo máximo de sí. El chismoso, con una brizna de alteridad, elabora un producto con cierta suficiencia de sentido, la cual proviene no de las cualidades del objeto (por llamarlo de alguna manera), sino del acervo hermenéutico del hablador. Resultado: el Otro acaba siendo lo que el Sí mismo puede decir de él según su competencia interpretativa. El crítico, guardando las distancias, a veces opera de manera análoga.»