21 de febrero de 2016

Presos


Me cuesta asimilar la idea de “preso político”. Digo, por lo general, los presos políticos son llevados a la cárcel porque manifiestan abiertamente que no están de acuerdo con alguna postura gubernamental particular. Dependiendo del régimen donde expresen su divergencia, les va mal o les va peor. Si el régimen se postula como democrático, va a la cárcel por razones legales hiperbólicas, casi siempre de tipo criminal que astuta y tendenciosamente son desplazadas hacia su caso. Si el régimen es dictatorial, va a la cárcel y a veces es ejecutado por razones igualmente hiperbólicas pero sin los rodeos hipócritas de los aparentes demócratas. Al dictador, que casi nunca tolera las críticas y menos aún los actos contrarios a su gestión, no le tiembla el pulso para apresar y condenar a quien califica de desestabilizador o de violento o de fascista o de enemigo del pueblo o simplemente de traidor a la patria. A veces, ocurre que se mezclan ambas posturas, es decir, el gobierno cuestionado políticamente se define como una democracia, pero actúa como una dictadura. Tal es el caso de Venezuela, como tanta gente no se cansa de denunciar. Desde hace 17 años, ese país está siendo gobernado por personas que han llegado al poder por la vía del voto, pero que además de haber demostrado ser muy ineficientes a la hora gestionar los asuntos públicos, también han mostrado abiertamente que no toleran el disentimiento ideológico.  Son impermeables a la crítica y sistemáticamente descalifican a los críticos. Si esos críticos se convierten en una piedra en su triste y costoso zapato, entonces lo llevan a la cárcel o abren un juicio en su contra. Hoy, en la Asamblea Nacional venezolana, los diputados opositores están proponiendo una Ley de Amnistía para los presos políticos. Delsa Solórzano, presidenta de la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional, afirmó que se beneficiará a más de 30.000 personas: “Hablamos de 115 presos políticos, más de 2.000 personas sometidas a proceso penal, pero también de los empleados públicos que puedan sentirse perseguidos”, según leo en una nota publicada en El Nacional. Desde mi punto de vista, con esa cantidad de beneficiarios, esa ley es urgente, pero no dejo de pensar que es una vergüenza que haya gente en la cárcel por haber participado, organizado o convocado manifestaciones, protestas o reuniones con finalidad política. Son treinta mil beneficiarios según la ley que se propone, pero mientras no entre en vigor el salvavidas legal son treinta mil perjudicados por la intolerancia salvaje de una personas que difícilmente pueden llamarse venezolanos. No tiene patria aquel que no entiende la diversidad connatural de los pobladores de cualquier nación.

Brooklyn


Anoche vi una película con un nombre simple pero con un contenido intenso: Brooklyn de John Crowley. Ha recibido buenos comentarios y muchas nominaciones para ganar premios tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. No sé si es para tanto. Es una historia de amor en el marco de la migración durante los primeros años de la década de 1950. En ese sentido, carece de originalidad. No obstante, ser original no creo que haya sido la meta de los guionistas, o del autor del libro que sirvió de base para la película. Creo que el quid de esta historia es lo que rápidamente llamaré “la experiencia vital”. La protagonista, una joven irlandesa que migra sola a New York, muestra con una intensidad sin aspaviento las peripecias afectivas producidas por su adaptación al nuevo contexto y por la manera como gestiona los imperativos de su nostalgia. Al final, triunfa el amor (cosa que tampoco es original). Pero, insisto, la falta de originalidad no es lo importante, sino el pulso y sintonía sentimental que logra la historia. Me sentí conmovido, emocionado, de la mano de Eilis, cuya mirada y sufrido laconismo, no dejan indiferente a los espectadores. La sala estaba llena y durante las escenas donde predominaba el silencio, la sala permanecía igualmente callada, como si nadie respirara. Por momentos pensé que los asistentes estaban completamente sumidos en el mundo presentado por la película, tanto que se olvidaron de sus palomitas o que el nudo que se les hacía en la garganta no les permitía tragar nada. En fin, para las personas que aún siguen este blog, Brooklyn puede resultar una opción plausible si quieren experimentar unos minutos de sensibilidad estética.

20 de febrero de 2016

Miedo


Ayer un personaje de una película llamada Zootopia, decía esto: “El miedo siempre funciona”. No pude evitar asociarlo con la situación política, económica y social que desde hace 17 años padece Venezuela. Cientos de analistas han invertido una gran energía cogitativa para comprender lo que sucede en ese país. No sé si han dado en el blanco, pero ese personaje (un cordero, por cierto) acaso sin querer resumió en dos segundo eses tres lustros de desdicha psicosocial. Lo que ha venido funcionando en Venezuela durante todo ese tiempo ha sido, precisamente, el miedo. Chávez enseñó a los venezolanos a tenerle miedo a todo porque él le temía a todo. Solo una persona miedosa invierte tanto dinero en comprar armas para defenderse de enemigos que hasta ahora nadie ha podido ver con claridad (al menos no fuera de su discurso). Solo un miedoso pone al vecino en contra de su vecino. Solo un miedoso decide que para vivir tranquilo es mejor seguir un solo camino y no contempla alternativa alguna de rectificación en caso de equivocación. Igualmente, la política del miedo también es paranoica. Siempre está distinguiendo signos de conspiraciones, conjuras, traiciones, etc. El miedoso, desconfía y la desconfianza es otra de sus fatales enseñanzas. Hay que sospechar; tal es la consigna gubernamental. El miedo, obviamente, es el gran obstáculo para lograr un cambio, porque el miedoso necesita sentirse seguro y el cambio siempre supone un amplio margen de incertidumbre. Así que mejor no cambiar o ver en aquel que propone un cambio a un traidor de marca mayor. El miedoso no resuelve, busca culpables, y cree que identificar la causa de un problema es ya una solución. A los chavistas de hoy, por ejemplo, no les importa que no haya comida, lo que les resulta relevante es afirmar una y otra vez que se trata de una guerra económica y que por eso no hay comida y ya, santo remedio, identificaron la causa, pero ¿y la comida dónde está? El miedo vive mal no tenerlas todas consigo, por eso no entiende la diversidad ni los puntos de vista divergentes. La idea de un gobierno compuesto por elementos extra-chavistas es una idea sumamente abstracta o, mejor dicho, es una idea absurda porque el miedoso sabe que lo que más teme viene precisamente de afuera, es decir, de todo aquello que no pertenezca a esa burbuja enrarecida en la que vive. En fin, solo el miedo mantiene ese sistema y superarlo es indispensable para superar la crisis actual. La misión del venezolano actual es ser valiente, olvidar lo que aprendió del chavismo: el miedo cotidiano que nos susurra al oído una y otra vez "no puedes hacer nada, resígnate".

4 de febrero de 2016

Exageraciones

Acabo de leer la siguiente frase: «Ciudad Tiuna. Fruto de la cooperación binacional China - Venezuela y de la unión cívico-militar, ejemplos vivos del legado del comandante eterno Hugo Chávez Frías, que continúa el primer presidente chavista Nicolás Maduro Moros. Muestra concreta de los logros de la gran misión vivienda Venezuela para satisfacer las necesidades de las familias venezolanas. ¡¡¡Chávez vive - la patria sigue !!!» Confieso que me ha puesto los pelos de punta, pero antes de decir por qué (aunque los seguidores de este blog tal vez no necesiten muchas explicaciones al respecto), diré brevemente qué es eso de “Ciudad Tiuna”: un conjunto residencial que ideó Chávez y que ya lleva varios años construyéndose en una zona militar de Caracas llamada Fuerte Tiuna. La idea del proyecto es dar una vivienda a las familias que no la tienen y, al mismo tiempo, fortalecer las relaciones entre la milicia y la sociedad civil. Esta idea, al menos desde mi punto de vista, no es descabellada, pero su tino está por verse. Militares y civiles, antes de Chávez, tenían una cercanía que estaba regulada por la ley. Debido a las funciones particulares de los primeros (manejar armas, defender el territorio, etc.) se consideraba necesario marcar una distancia prudencial entre ambos grupos sociales. Chávez, militar de formación y radicalmente frustrado por la imposibilidad de ascender en la cadena de mando, intentó romper o, si se prefiere, reducir esa distancia convirtiendo al estamento castrense en una fuerza política más, es decir, en una especie de híbrido altamente peligroso: autorizado para usar armas y, al mismo tiempo, para realizar actividades civiles (entre ellas, votar). No digo que esto no deba hacerse, pero si se hace hay que tener presente que se institucionaliza un cuarto poder que tiene en sus manos más de la cuenta o, en todo caso, que puede controlar a los otros tres. De este asunto hablaré en una próxima entrada, ahora diré las razones por las que el texto que cité al comienzo me pone los pelos de punta. En primer lugar, su mesianismo trasnochado. No sé cómo asimilar que alguien se atreva a llamar a una persona “comandante eterno”. No me sirve el conocimiento psicosocial para explicarlo. Es decir, me parece que las explicaciones son insuficientes. No obstante, esa insuficiencia de sentido me produce una sensación negativa, me hace pensar en la sumisión naturalizada, en personas que no tienen la dignidad suficiente para considerar que el Otro no tiene que comandarlos para siempre, sino que es un igual, un colaborador y que esa colaboración es gradual y finita. En segundo lugar, la hipérbole superflua: decir que el legado de un presidente sea unas casas, es una exageración innecesaria. La función de un presidente o, mejor dicho, de un gobierno es satisfacer las necesidades de la población. Si las personas no tienen dónde vivir, debe entonces construir casas. Hacerlo no es una gran obra, sino una obra necesaria propia de un gobierno. En tercer lugar, esa obra en modo alguno fue llevada a cabo por ese comandante eterno. Él seguramente autorizó su construcción y solicitó el dinero (que era y es de todos los venezolanos), pero nada más. Trabajaron muchas personas a quienes un gobierno que se hace llamar socialista debió dar reconocimiento. En esa placa deberían figurar sus nombres, no solamente el de Chávez y el de su triste y desatinado epígono. La lista de mis desconciertos podría extenderse más de la cuenta, así que lo dejaré hasta aquí no sin antes reiterar que esa placa es un ejemplo vivo no de las maravillas que el comandante eterno realizó en vida, sino de cuán desviada de la sindéresis está la auto-percepción de ese extraño y delirante gobierno.